Volumen VIII (1905) by Sigmund Freud

Volumen VIII (1905) by Sigmund Freud

autor:Sigmund Freud [Freud, Sigmund]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Psicología
editor: ePubLibre
publicado: 1961-01-01T00:00:00+00:00


V. Los motivos del chiste. El chiste como proceso social.

Podría parecer superfluo referirse a los motivos del chiste, puesto que es preciso reconocer en el propósito de ganar placer el motivo suficiente del trabajo del chiste. Sin embargo, por una parte no está excluido que otros motivos participen en su producción y, además, con relación a ciertas notorias experiencias es inexcusable plantear el tema del condicionamiento subjetivo del chiste.

Sobre todo dos hechos lo vuelven obligatorio. Aunque el trabajo del chiste es un excelente camino para ganar placer desde los procesos psíquicos, harto se ve que no todos los seres humanos son capaces en igual manera de valerse de este medio. El trabajo del chiste no está a disposición de todos, y en generosa medida sólo de poquísimas personas, de las cuales se dice, sin gula rizándolas, que tienen gracia {Witz}. «Gracia» aparece aquí como una particular capacidad, acaso dentro de la línea de las viejas «facultades del alma», y ella parece darse con bastante independencia de las otras: inteligencia, fantasía, memoria, etc. Por lo tanto, en las cabezas graciosas hemos de presuponer particulares disposiciones o condiciones psíquicas que permitan o favorezcan el trabajo del chiste.

Me temo que en el sondeo de este tema no habremos de llegar muy lejos. Sólo aquí y allí conseguimos avanzar desde el entendimiento de un chiste hasta la noticia sobre sus condiciones subjetivas en el alma de quien lo hizo. A un azar se debe que justamente el ejemplo con que iniciamos nuestras indagaciones sobre la técnica del chiste nos permita también echar una mirada sobre su condicionamiento subjetivo. Me refiero al chiste de Heine, mencionado asimismo por Heymans y Lipps:

«… tomé asiento junto a Salomon Rothschild y él me trató como a uno de los suyos, por entero famillonarmente» («Die Bader von Lucca»).

Heine ha puesto esta frase en boca de una persona cómica, Hirsch-Hyacinth, de Hamburgo, agente de lotería, pedicuro y tasador, valet de cámara del noble barón Cristoforo Gumpelino (antes Gumpel). Es evidente que el poeta siente gran complacencia por esta criatura suya, pues le hace llevar la voz cantante y pone en sus labios las manifestaciones más divertidas y francotas; le presta la sabiduría práctica de un Sancho Panza, ni más ni menos. Uno no puede menos que lamentar que Heine, al parecer no proclive a la plasmación dramática, haya abandonado tan pronto a ese precioso personaje. En no pocos pasajes se nos antoja que a través de Hirsch-Hyacinth habla el poeta mismo tras una delgada máscara, y enseguida adquirimos la certidumbre de que esa persona no es más que una parodia que Heine hace de sí mismo. Hirsch cuenta las razones por las cuales dejó su nombre anterior y ahora se llama Hyacinth. «Además, tengo la ventaja —prosigue— de que hay ya una "H" en mi sello, y no necesito mandarme a grabar uno nuevo». Pero el propio Heine se había procurado ese ahorro cuando trocó su nombre de pila «Harry» por «Heinrich» al ser bautizado[131]. Ahora bien, cualquiera que esté



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