Victoria alada by Barbara Cartland

Victoria alada by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 1982-03-31T22:00:00+00:00


Capítulo 5

Eran las tres de la tarde cuando todo quedó arreglado a satisfacción del conde y se cumplieron sus órdenes en todos los departamentos de la mansión.

El y Eddie habían regresado a casa de la condesa seguidos por un carruaje tirado por dos magníficos caballos y un coche de carga, a fin de transportar a la condesa, a Caroline, a los sirvientes y el equipaje.

El conde había ordenado que la señora Dorkins fuera a la mansión para cuidar a Caroline. No deseaba que sus propios sirvientes se enteraran del estado en que se encontraba la espalda de la joven y sabía que Hanna no contaría a nadie lo sucedido.

Según informes de Yates, Hanna había dicho a los otros sirvientes que Caroline había sufrido un accidente y el conde pensó que ésta era una explicación plausible para que fuera atendida y confinada a la cama.

Era un día soleado. Una leve brisa disipaba el calor y él había disfrutado del paseo a través del bosque cuando regresó a casa de la condesa.

Dejaron sus caballos al cuidado de un mozo, y cuando entraron en la casa el mayordomo se dirigió al conde, anunciándole:

—La señora condesa estará lista en unos minutos, su señoría. Y la señorita ha preguntado si milord podría hablar con ella en el salón.

El conde le dirigió una mirada a Eddie, quien comprendió que sería mejor que Caroline hablara sola con el conde.

—Estaré en el estudio —dijo—. Llámame cuando estés listo para partir.

El conde asintió con un gesto y atravesó el vestíbulo para dirigirse a un atractivo salón, cuyas puertas se abrían al jardín. Cuando el conde entró, Caroline estaba de pie junto a una de las puertas contemplando las rosas del jardín y a él le pareció que la luz del sol formaba una especie de aureola sobre sus cabellos.

Ella estaba tan ensimismada en sus pensamientos, que no advirtió su presencia hasta que él llegó a la mitad del salón. Entonces, de pronto, se volvió y él pudo apreciar la expresión de alegría que reflejaron sus grandes ojos.

Estaba más delgada que cuando él la había visto la primera vez y el vestido blanco de muselina que llevaba puesto, que sin duda había confeccionado Hanna, le daba una apariencia casi etérea. Tenía sin embargo, las mejillas ligeramente sonrosadas.

Ella no pronunció una palabra, y cuando llegó a su lado el conde preguntó:

—¿Cómo está, Caroline? Espero que este traslado no signifique demasiado esfuerzo.

—Por supuesto que no, milord.

Como si de súbito recordara la importancia social del conde, ella hizo una leve reverencia.

—¿Deseaba hablar conmigo? —preguntó él.

Caroline contuvo el aliento y desvió la mirada, sintiéndose cohibida.

—¿Qué es lo que le preocupa? —insistió el conde.

—Su abuela me ha informado… lo sucedido —replicó ella—, y creo que Lucero y yo… debemos marcharnos de aquí… lo más pronto posible.

—¿Marcharse adónde?

—A cualquier parte… pero no debemos… acarrearle problemas… ni ponerlos a ustedes en peligro.

El conde comprendió que ella estaba consciente del peligro que los amenazaba.

—Dije que la cuidaría y eso es lo que pienso hacer.

Caroline juntó las manos y levantó los ojos hacia él.



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