Su único amor by Barbara Cartland

Su único amor by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland [Cartland, Barbara]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


A las cinco de la tarde, toda la casa pareció salir de un letargo y convertirse en un panal lleno de industriosas abejas. Por doquier había doncellas que preparaban los dormitorios, a pesar de que se limpiaban todos los días y la señora Blossom, el ama de llaves, las inspeccionaba encontrando faltas hasta en lo que parecía perfecto.

—El tío Ulric regresa —avisó Georgina a Lara con una voz muy diferente a la que usaba antes para referirse a él—. ¿Cree que volveremos a competir como la semana pasada?

—Me parece que estará muy ocupado —le contestó Lara—, puesto que viene de visita el príncipe de Gales. Así que no debes desilusionarte si tenemos que correr solas.

—Es más divertido cuando tío Ulric participa, porque así son tres caballos en lugar de dos —observó Georgina con lógica irrebatible.

—Esperemos que recuerde que deseas verle.

La pequeña lanzó un suspiro y a Lara se le ocurrió que era inhumano por parte del marqués no darse cuenta de la monótona existencia que llevaba su sobrina a pesar de estar rodeada de lujos.

«Ésa es una cosa más de la que debo hablarle», se prometió a sí misma y después se rió de su propia presunción. ¿Quién era ella para decirle al marqués lo que debía hacer o no?

Pero sabía que por el bien de Georgina tenía que intentar convencerle de su talento musical y de que lo mejor para la niña sería que se invitara con frecuencia niños a la mansión.

—Debe de haber otros chiquillos de la edad de Georgina en los alrededores —le dijo al aya.

—Y si los hay ¿cómo vamos a recibirlos? —respondió, agresiva, la señorita Nesbit—. Debe darse cuenta de que como no hay una señora al frente de la casa, la vida de familia es algo que no cuenta aquí.

Lara sabía que esto era verdad. Cuando su madre vivía, era ella quien invitaba niños a tomar el té y quien procuraba que invitaran a su hija en otras casas, a pesar de que vivían en una parte muy aislada de Essex.

Pero aquí, estaba segura, las cosas eran diferentes. No se trataba sólo de que las familias de la localidad supieran de la existencia de Georgina y la invitaran a su casa. Era indispensable que, para iniciar el intercambio, a sus hijos se les invitara primero a Keyston Priory.

Lara tenía la solución, pero la dificultad residía en llevar su plan a la práctica y todo dependía del marqués. Pero era probable que ni ella ni Georgina le vieran siquiera durante todo el fin de semana.

Terminaron de tomar el té en el aula y la niña preguntaba algo preocupada si les sería posible ir al salón de música, pese a que había invitados en la casa, cuando se abrió la puerta.

Lara miró hacia ella, esperando que por un inesperado golpe de buena suerte fuera el marqués quien entraba. Pero fue lord Magor el que apareció.

Lara se puso en pie con lentitud y Georgina la imitó. El caballero se dirigió a la niña con su voz irritantemente melosa:

—Hola, pequeña, qué alegría verte de nuevo.



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