Venganza by Pablo Poveda

Venganza by Pablo Poveda

autor:Pablo Poveda [Poveda, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Se había cambiado de ropa y él lo había notado. Iba vestida con la misma chaqueta de cuero, una falda de terciopelo rojo y una blusa de color blanco que transparentaba el escote. Los tirabuzones de color azabache, parecidos a los que llevaba Elsa cuando se conocieron, llamaron su atención. Fantasear con otra mujer no era lo más apropiado en ese momento para él, pero tampoco estaba haciendo nada malo. Eso le ayudó a cerciorarse de que sus sentimientos hacia la madre de su hijo estaban casi extintos. Sin embargo, la experiencia le había enseñado que antes de comenzar una historia, era necesario cerrar los capítulos ya abiertos.

Volvió a mirarla.

Se preguntó si lo habría hecho a propósito, pero se dijo que era demasiada casualidad.

La presencia de la mujer había despertado la actividad de los oficiales aburridos que caminaban por allí.

Sentada en una silla de plástico junto a la máquina de café, Rosa Laredo movía la rodilla con cierto nerviosismo.

—Buenos días, Rosa.

—Hola, inspector. Tiene mala cara. ¿No ha dormido bien?

Ella le regaló una mueca para expresar su malestar.

—Me alegro de verte de nuevo —dijo Rojo al acercarse. Sintió cierta rigidez en sus propias palabras. Esa chica era atractiva, pero no era razón para actuar como un adolescente. Le gustaba, eso era todo—. No pensé que serías tan rápida.

—Me ha dado un ultimátum.

—Es mi trabajo. Lamento haber sido tan directo.

—Usted no, inspector. Mi jefe —respondió ella—. Me he quedado sin trabajo.

—Por eso estás aquí, para denunciar a Rafael Escudero.

Su cara se encogió.

—Sí y no, exactamente… —contestó, miró al tránsito matinal de la comisaría y después al oficial con ojos de súplica—. ¿Podemos hablar en un lugar más privado?

Esa mirada ya la conocía. No le gustaba por donde iba.

Dado que no podía meterla en su oficina ni estaba dispuesto a despertar los chismes llevándola a una sala de interrogatorios, optó por la vía más rápida.

—Claro… Vayamos fuera.

Salieron a la calle. El día soleado resultaba agradable.

Caminaron en silencio para alejarse de las inmediaciones de la comisaría y evitar los comentarios de los compañeros.

Rosa usaba un perfume dulce, probablemente barato, pero no cargante. Miró a la sombra que proyectaban sus cuerpos en el suelo. Se sentía bien al caminar junto a otra mujer. Rojo sacó un paquete de tabaco y le ofreció uno a la chica. Eso ayudaría a romper el hielo, calmar los nervios e iniciar un acercamiento cálido. Aunque dijeran lo contrario, la mayoría de las personas confiaba en los policías. La autoridad, el resto y la firmeza ante la ley, imponía de primeras, pero una vez llegaba la desesperación y el policía jugaba su rol, la otra persona bajaba la guardia y se entregaba de lleno. A nadie le interesaba llevarse mal con ellos y todos sabían que eran los únicos a quienes podían clamar ayuda.

Solo las personas viles de verdad, aquellas que no tenían cabida en la sociedad, eran quienes se atrevían a subestimar al sistema.

No podía permitir de nuevo que se marchara sin esa denuncia.

—Gracias —dijo y encendió el cigarrillo.



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