Veintitrés fotografías by Sònia Valiente

Veintitrés fotografías by Sònia Valiente

autor:Sònia Valiente
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-01-03075-8
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-03-28T00:00:00+00:00


24

—¿Dónde está tu marido?

—¿Mi marido? —exclamó Palo divertida en respuesta a una niña desconocida que estaba en el bar.

—Sí, el señor de la barba.

—Ah, pues —rio desconcertada Palo—, mi amigo. Mi amigo… está en el baño.

—Y ¿está haciendo pipi o haciendo caca? —insistió la pequeña entrometida.

Palo estalló en una carcajada que hizo que los padres de la niña se apresuraran a hacerse cargo de la criatura que había estado revoloteando por la mesa de Palo y Ama durante toda la cita. La primera cita de Palo y Ama.

—¡Virginia! Ya está bien. Deja a estos señores en paz —dijo la madre mientras tiraba de la mano de la nena, con cara de circunstancias.

—No te preocupes. Si no molesta —comentó Ama cuando regresó a la mesa.

—Dice Virginia que si has hecho pipi o caca, Ama.

Y Ama sonrió, de verdad, por primera vez en toda la tarde. Más por escuchar su nombre en boca de aquella mujer frágil que por la ocurrencia de una cría que no volvería a ver.

—Pues he hecho pipi, Virginia. Porque ya había hecho popó en casa —respondió con una paciencia deliciosa a la niña, que regresó a su mesa satisfecha con su respuesta—. Tengo una de esta edad —añadió mirando a Palo—. Quin dimoni. Y tú, ¿tienes nanos?

Palo negó gravemente con la cabeza. No, ella y Tano no tenían hijos. Palo, entonces, tenía cuarenta y tres años y podía sentir, casi gráficamente, cómo sus óvulos estaban en la Milla Verde, que es como los estadounidenses denominan al corredor de la muerte.

Palo estaba en tratamiento de fertilidad desde ni se sabía. Todo estaba bien. Al menos eso le decían, pero la verdad es que el milagro no llegaba.

Las mujeres pasaban la mayoría de su vida de adultas tomando precauciones para no quedarse embarazadas y, cuando por fin se decidían, no era tan sencillo como les habían contado. No era tan simple como se ve en las novelas, en las pelis, en los dramas de sobremesa donde, para animar la trama, la infeliz carga en sus entrañas con una criatura no deseada, qué va.

En la era de la gratificación instantánea las personas se comportaban como inmortales.

«Ya seré madre otro día, tal vez mañana, cuando yo elija y quiera. No es el momento. Estoy pendiente de ese ascenso, no puedo perder esta oportunidad, justo ahora que he cambiado de trabajo, de ciudad, de pareja, de vida, de año», suelen decirse.

Palo había estado muy ocupada viviendo. Viajaba, iba al gimnasio, y un día el supuesto instinto materno aplazado se despertó voraz como un animal que no dejaba de bramar. Por desgracia el reloj biológico y la apariencia física no siempre concuerdan y, a pesar de los avances de la ciencia, Palo ya no estaba en la edad de ser madre, sino en la de estar estupenda. Pero, en lugar de explicarle todo eso a Ama, Palo se limitó a negar con la cabeza. Y dijo:

—No tenemos hijos aún —le contó con tristeza—. Aunque tengo una perrhija. Se llama Kim —confesó mientras se apresuraba a mostrarle su teléfono con una perrita diminuta como fondo de pantalla.



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