Valguamar, Cuentos de lugares, amores y difuntos by Gemma Solsona y Tebu Guerra

Valguamar, Cuentos de lugares, amores y difuntos by Gemma Solsona y Tebu Guerra

autor:Gemma Solsona y Tebu Guerra
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relatos fantásticos
editor: Hijos del Hule
publicado: 2009-10-01T04:00:00+00:00


Un milagro para un santo

Por la ventana de la cocina se escapaba un aroma a canela, anís y miel que dormía la voluntad y despertaba los sentidos. Perucho trajinaba nervioso a un lado y a otro de la diminuta estancia, atestada hasta el techo de cacerolas sucias, sacos de harina y botes con especias dulces y miel. Del horno salía un humo que olía a golosina, y el pastelero se acercó para ver si la torta de ajonjolí y anís estaba ya en su punto. Inclinándose, pinchó con un tenedor la masa dorada, concluyendo que faltaban todavía unos minutos para poder sacarla. Así que miró alrededor e intentó descubrir un lugar libre donde sentarse a esperar. En una esquina vio un taburete cubierto de harina, lo sacudió y se sentó, contemplando el desorden que lo rodeaba.

—Así no hay quien trabaje —masculló Perucho—, hasta las cucarachas han huido por falta de espacio.

Aquella cocina de juguete no era precisamente la pastelería con la que soñaba desde que su padre le había enseñado a hornear sus primeras galletas. De tanto inventarla había llegado a gastarla, aunque todavía podía imaginar los estantes del tamaño de un gigante, repletos de brazos de gitano, pasteles multicolor y delicados bombones, ofrecidos por sonrientes dependientas vestidas con delantales de organdí. Mas ahora, que todo Guacamalindo andaba revolucionado con la construcción de su primera iglesia, ese sueño le parecía más lejos que nunca. El alcalde, Don Honorio, era el impulsor del divino proyecto. Y Perucho estaba seguro de que la solicitud para iniciar las obras de su pastelería estaría guardada en el cajón de los asuntos pendientes del alcalde. El pastelero se encogió de hombros. Esperaría. Y seguiría esmerándose con los pastelillos de crema y azúcar glasé que tanto parecían gustar a Don Honorio. Se acordó entonces de los que había abandonado en el alféizar de la ventana, y que eran para el pleno extraordinario de la tarde, en el que debían decidirse las bases para la construcción de la nueva iglesia. Se levantó para taparlos, antes de que acabaran derretidos al sol. Y cuando iba a extender sobre ellos el único paño limpio que le quedaba descubrió tres puntos negros posados en los dulces. Enojado y con una blasfemia, espantó las moscas de un manotazo, sin saber que en unos días iban a convertirse en el instrumento celestial que obraría el mayor milagro conocido hasta entonces en Guacamalindo.

Las moscas huyeron precipitadamente, aunque dos de ellas no llegaron muy lejos. Atraídas por los geranios que adornaban el balcón de Muñequita Elvira, entraron en su casa. Dieron una vuelta y acabaron posándose en la colcha de su cama, bordada con anclas y estrellas de mar. Muñequita Elvira no se dio cuenta. Sentada frente al espejo del tocador, daba los últimos retoques a su peinado para asistir a la reunión extraordinaria en el ayuntamiento. Mientras se atusaba un mechón de cabello ceniciento, pensaba satisfecha en que por fin iban a acabarse las excursiones de los domingos a la iglesia del pueblo vecino.



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