Una Tierra de Fuego (Libro #12 De El Anillo del Hechicero) (Spanish Edition) by Morgan Rice

Una Tierra de Fuego (Libro #12 De El Anillo del Hechicero) (Spanish Edition) by Morgan Rice

autor:Morgan Rice [Rice, Morgan]
La lengua: spa
Format: mobi
publicado: 2016-01-19T00:00:00+00:00


CAPÍTULO DIECISIETE

Alistair estaba recostada en la pared de la habitación de Erec, alargaba el cuello por la ventana, junto a la madre de Erec y miraba por la ventana con miedo. Veía centenares de antorchas, una multitud furiosa de habitantes de las Islas del Sur corriendo a través de la noche, cantando, haciendo camino en procesión hacia la casa de los enfermos. Bowyer los dirigía y ella sabía que venían directamente hacia ella.

«¡La chica diablo ha escapado!» gritó uno de ellos, «¡pero la destrozaremos con nuestras propias manos!»

«¡Por el asesinato de Erec!» gritó otro.

La multitud cantaba y rugía mientras marchaban en procesión directamente hacia ella.

La madre de Erec se giró hacia ella, con el rostro serio.

«Escúchame», se apresuró a decir, cogiéndola por la muñeca, «quédate a mi lado y haz lo que yo te diga. Estarás bien. ¿Confías en mí?»

Alistair la miró, con los ojos llenos de lágrimas y asintió con la cabeza. Miró por encima de su hombro y vio a Erec, profundamente dormido, y al menos se consoló con esto.

«¿Nos podrá ayudar él?» le preguntó su madre.

Alistair movió la cabeza con tristeza.

«La sanación que le hice tarda un tiempo en ser efectiva. Dormirá. Quizás durante días. Estamos solas».

Su madre aceptó las noticias con la resolución de una mujer que lo ha visto todo y la tomó de la mano, llevándola a través de la estancia, abrió la puerta de la habitación de Erec y la cerró firmemente detrás de ellas.

Marcharon por los pasillos de piedra de la casa de los enfermos, directamente a las puertas principales atrancadas, puertas de madera altas que ya estaban doblándose mientras la multitud golpeaba contra ellas.

«¡Dejadnos entrar!» gritó alguien entre la multitud. «¡O la derribaremos!»

Los dos guardas que estaban delante de la puerta se giraron y miraron a la madre de Erec, perplejos, claramente sin saber qué hacer.

«¿Mi reina?» preguntó uno. «¿Qué ordena?»

La madre de Erec estaba allí orgullosa, sin miedo, con el semblante valiente de una reina y Aistair vio en aquel momento de dónde le venía a Erec.

«Abrid esas puertas», ordenó con una voz oscura y dura. «No nos escondemos de nadie».

«¡Quédese atrás!» gritó un guarda y a continuación quitó las barras de hierro de las puertas y las abrió del todo.

El gesto sorprendió claramente a la multitud; aturdida, desprevenida, en lugar de correr hacia adelante, se quedó allí mientras las puertas se abrían del todo, mirando a la Reina y a Alistair.

«¡La chica demonio!» gritó uno. «¡Allí está, de vuelta a herir a Erec! ¡Matadla!»

La multitud aclamaba y empezó a empujar hacia adelante y la madre de Erec dio un paso al frente y levantó una mano.

«¡No haréis nada de ese estilo!» gritó con fuerza, con la voz de mando de una reina, de una mujer acostumbrada a que la escuchen.

La multitud paró en seco y la miró, claramente era una mujer que respetaban. Dando un paso al frente y mirándola estaba Bowyer, que los dirigía.

«¿Qué quiere decir con eso?» reclamó. «¿La protegirá? ¿A la mujer que intentó asesinar a su propio hijo?»

«Mi hijo no ha sido asesinado», respondió.



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