Una propuesta impropia by Christine Merrill

Una propuesta impropia by Christine Merrill

autor:Christine Merrill
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2010-08-09T22:00:00+00:00


El cielo de levante se empezaba a iluminar, y la hierba estaba resbaladiza por el rocío. Soplaba una brisa ligera que no afectaría el tiro de las pistolas, y la temperatura era excelente para un duelo. En todos los sentidos, era una mañana más adecuada para luchar que muchas de las que había vivido en la Península Ibérica. Pero tener que enfrentarse a su hermano, lo enfermaba.

—Esto es un error —insistió St. John.

—Un error enteramente tuyo. Ya es tarde para disculpas.

El duque hablaba con ira, pero su hermano notó un fondo de cansancio en su voz. Parecía haber envejecido de repente.

Marcus no entendía lo que estaba a punto de suceder. No podía entenderlo.

St. John caminó hasta el lacayo tembloroso al que habían obligado a servirle de padrino cuando Toby lo rechazó. El ayuda de cámara del capitán miró a su señor a los ojos y le dijo, solemne:

—Si tenéis intención de matar a un hombre, que al menos sea por un motivo mejor que el honor de una dama. Preferiría ser vuestro cómplice en un asesinato que oíros hablar sobre el honor para matar después al duque, quien no merece ese fin.

Hasta su ayuda de cámara se avergonzaba de él; intentó explicarle que el duelo no era idea suya, pero no le hizo caso. A continuación, envió disculpas verbales y escritas al duque a través de los criados, pero tampoco tuvo éxito. Marcus se mantuvo en sus trece.

St. John consideró muy seriamente la posibilidad de huir; al menos, le ahorraría las complicaciones de un duelo a su hermano. Pero huir de él significaría hacerlo igualmente de Esme, y la joven pensaría que sólo había querido aprovecharse de ella. Además, prefería morir allí antes que esconder el rabo entre las piernas y evitar el enfrentamiento. Si no podía reconciliarse con Marcus, quizás sería mejor que la sangre pusiera punto final a su disputa.

St. John examinó las armas. Como era el retado, podía elegir.

Rechazó las pistolas porque las consideró poco elegantes y demasiado rápidas para el caso. Cuando se apretaba un gatillo, ya no se podía cambiar de opinión.

Sin embargo, Marcus ordenó que les llevaran las espadas de esgrima que adornaban la chimenea del despacho desde la época de su abuelo.

—¿Te acuerdas de esas espadas, Marcus? Solíamos jugar con ellas de niños.

St. John alzó el arma, cortó el aire con ella y comprobó el filo. Nadie las había usado en mucho tiempo, así que estaban romas.

Podía luchar con ellas sin hacerle el menor corte al duque. Pero tendría que tener mucho cuidado con la punta.

—Sí, y nuestro padre nos castigaba porque decía que no eran juguetes.

La voz de Marcus sonó distante aunque sólo estaba a unos metros.

—Siguen sin serlo —dijo St. John, acercándose—. Por favor, escúchame... aunque no me creas, no pretendía hacer daño a la joven.

—¿Que no lo pretendías? Te he encontrado desnudo en su habitación. No importa si ella te ha invitado —afirmó.

—Maldito seas, Marcus —dijo con rabia—. Si Esme y su reputación te importaran tanto, tendrías cuidado con tus palabras y retirarías lo que acabas de decir.



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