Una historia triste by Joaquín Belda

Una historia triste by Joaquín Belda

autor:Joaquín Belda
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Sátira
publicado: 2010-07-07T00:00:00+00:00


* * *

Que era precisamente lo que Inocencio Hermida se había propuesto.

Ahora ya no tenía que decir:

—¡¡¡Mi venganza será terrible!!!

Lo que podía decir con todo fundamento era:

—¡¡¡Mi venganza ha sido terrible!!!

Terrible y espantosa.

Lo ocurrido había sido lo siguiente: Inocencio leyó en un periódico de la noche una interviú bastante pintoresca, celebrada por un redactor de fantasía con el señor verdugo de esta corte. El ejecutor de las supremas justicias de los hombres no quería, como era natural, dar su nombre y apellido, y mucho menos su retrato; el periodista se limitaba a describir someramente su aspecto físico que, ¡oh, coincidencia!, se aproximaba bastante al de Sebastián Multedo, y a describir su domicilio, que, ¡oh, maravilla!, era también un hotelito aislado, relativamente próximo a la glorieta de los Cuatro Caminos.

Inocencio no necesitó más. ¡Era la Providencia que venía en auxilio de su venganza!

Al principio, la cosa le pareció demasiado canallesca; pero este escrúpulo duró poco, y en un atardecer dirigiose a la taberna-merendero donde su amigo solía acudir a jugar a la rana, y llevando la conversación al terreno que a él le convenía, dejó caer entre los parroquianos la bomba emponzoñada: aquel señor de aspecto meditabundo, que venía de cuando en cuando a entretener sus ocios en el noble juego del batracio, era el verdugo de la Audiencia de Madrid.

Y para convencer a todos de la verdad de cuanto decía, aireaba el periódico nocturno en que había venido la pintoresca interviú.

La gente le creyó. ¿Por qué no? ¿No era aquel señor ya de suyo bastante raro, siempre solo y casi sin hablar con nadie más que por medio de monosílabos?

La novedad cundió, y con esa fruición que pone la gente en descubrir lo que no le importa, si al principio lo supieron media docena de personas, al cabo de veinticuatro horas lo sabía todo el barrio. Aquel señor que vivía en aquel hotelito aislado y siniestro —ahora, ya les parecía siniestro— de una de las hondonadas de Amaniel, era el verdugo.

Las gallinas que criaba en su casa las tenía para entrenarse en la técnica del retorcimiento de los pescuezos, que no es una cosa tan fácil como mucha gente cree.

El único que ignoraba que todo el mundo lo sabía era el propio interesado. Le faltaba la clave para explicarse el misterio de su vida, y ello le traía cada vez más loco.

Hasta que un día no tuvo más remedio que enterarse.

Habían pasado unos meses, y en el patio trasero de la cárcel de Madrid iban a sufrir la última pena unos feroces criminales. Su delito no era cosa mayor: eran tres hermanos que habían matado a un cuñado y a la suegra de uno de ellos porque llegaban casi siempre tarde a casa a la hora de las comidas; después de ahogarles en una artesa habían despedazado sus cuerpos, y, tomando un automóvil, habían ido distribuyendo los miembros descuartizados por diversos parajes de la provincia de Madrid.

La noche antes de la mañana señalada para la ejecución, unas sombras siniestras comenzaron a pasear por delante del hotel que servía de morada a Sebastián Multedo, es decir, al verdugo.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.