Una excursión a los indios ranqueles by Lucio Victorio Mansilla

Una excursión a los indios ranqueles by Lucio Victorio Mansilla

autor:Lucio Victorio Mansilla [Mansilla, Lucio Victorio]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial
publicado: 2018-07-24T16:00:00+00:00


XXXV

El toldo de Mariano Rosas visto de la enramada. Preparativos para recibirme. Un bufón en Leubucó. De visita. Descripción de un toldo. La mesa. El indio y el gaucho. Paralelo afligente. Reflexiones. La comida. Un incidente gaucho.

La puerta del toldo de Mariano Rosas, caía a la enramada.

Varias chinas y cautivas lo barrían con escobas de biznaga, regaban el suelo arrojando en él jarros de agua, que sacaban con una mano de un gran tiesto de madera que sostenían con otra; colocaban a derecha e izquierda asientos de cueros negros de carnero, muy lanudos; ponían todo en orden, haciendo líos de los aperos, tendiendo las camas, colgando en ganchos de madera, hechos de orquetas de chañar, lazos, bolas, riendas, maneadores y bozales.

Una cuadrilla de indiecitos, sacaba en cueros, arrastrados mediante una soga de lo mismo, los montones de basura e inmundicia que las chinas y cautivas iban haciendo en simetría, revelando que aquella operación era hecha con frecuencia.

Un grupo de chinas de varias edades se peinaba con escobitas de paja brava, arreglando sus largos y lustrosos cabellos en dos trenzas de a tres gruesas guedejas cada una que remataban en una cinta pampa, y, para ajustarlas y alisarlas mejor, las humedecían con saliva, se pintaban unas a las otras, con carmín en polvo, los labios y los pómulos, se sombreaban los párpados y se ponían lunarcitos negros con el barro consabido; se ponían sarcillos, brazaletes, collares, se ceñían el cuerpo bien con una ancha faja de vivos colores, y, por último, se miraban en espejitos redondos de plomo de dos tapas, de unos que todo el mundo habrá visto en nuestros almacenes.

Yo veía todos estos preparativos, echando miradas furtivas al interior del toldo.

El negro del acordeón se presentó, con su instrumento en mano. Estaban identificados por lo visto, no podían separarse; sin negro no había acordeón, sin acordeón no había negro.

Preludió un airecito y entonó unas coplas de su invención.

También era poeta, ya lo previne, aunque haciendo constar que sus baladas no recordaban las de Tirteo.



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