Una columna de fuego (Saga Los pilares de la Tierra 3) by Ken Follett

Una columna de fuego (Saga Los pilares de la Tierra 3) by Ken Follett

autor:Ken Follett
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788401018312
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2017-11-09T16:00:00+00:00


II

La torre septentrional de la catedral de Amberes tenía más de ciento veinte metros de altura. En el proyecto habían diseñado no una torre sino dos, pero la meridional no había llegado a construirse. Ebrima pensó que sola resultaba más imponente, un dedo que señalaba directamente al Cielo.

No pudo evitar sentirse sobrecogido al entrar en la nave. El estrecho pasillo central tenía un techo abovedado cuya altura parecía verdaderamente colosal. De hecho, a veces, al verse frente a aquellas dimensiones extraordinarias, no podía por menos que preguntarse si el dios de los cristianos existiría de verdad. Entonces recordó que nada de lo que pudiera construirse era comparable a la fuerza y la majestuosidad de un río.

Sobre el altar mayor se hallaba el orgullo de la ciudad, una talla de gran tamaño que representaba a Cristo crucificado en medio de dos ladrones. Amberes era una ciudad rica y culta, y en su catedral abundaban los cuadros, las esculturas, los vitrales y los objetos preciosos. Además, ese día Carlos, el socio y amigo de Ebrima, contribuiría a aumentar ese tesoro.

El africano albergaba la esperanza de que eso sirviera para compensar el desagradable encuentro con el odioso Pieter Titelmans. No era buena cosa tener al inquisidor como enemigo.

En el lado sur había una capilla dedicada a san Urbano, el patrón de los viticultores. Allí se hallaba el nuevo cuadro, cubierto por una tela de terciopelo rojo. Los asientos de la pequeña capilla estaban reservados para los amigos y la familia de Carlos, además de los dirigentes del gremio de los fundidores. De pie cerca de allí, ansiosos por ver el cuadro nuevo, había alrededor de un centenar de vecinos y compañeros de oficio, todos ataviados con sus mejores galas.

Ebrima vio que Carlos estaba radiante de felicidad. Ocupaba un asiento de honor en la iglesia, que era el centro neurálgico de Amberes, y esa ceremonia confirmaría su ciudadanía de pleno derecho. Se sentía querido, respetado y seguro.

Llegó el padre Huus para oficiar la misa con motivo de la inauguración del cuadro. En su breve sermón mencionó lo buen cristiano que era Carlos, al educar a sus hijos en la piedad y emplear su dinero para ampliar la riqueza de la catedral. Incluso dejó entrever que estaba destinado a ocupar, en el futuro, un cargo en el gobierno de la ciudad. Ebrima sentía simpatía por Huus. Solía predicar en contra del protestantismo, pero no tenía intención de ir más allá de sus sermones. Ebrima estaba seguro de que era reacio a colaborar con Titelmans y solo lo hacía bajo presión.

Los niños se mostraban cada vez más inquietos durante las plegarias. Si ya les costaba prestar atención durante mucho tiempo a alguien hablando en su propio idioma, con más motivo cuando lo hacía en latín. Carlos los mandó callar, pero con delicadeza; era un padre indulgente.

Cuando la misa tocó a su fin, Huus le pidió a Carlos que se acercara y destapara el cuadro.

Carlos asió la tela de terciopelo rojo y entonces tuvo dudas. Ebrima creyó



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