Una casa en Georgia by Mary Kay Andrews

Una casa en Georgia by Mary Kay Andrews

autor:Mary Kay Andrews [KAY ANDREWS, MARY]
La lengua: spa
Format: epub
editor: HarperCollins
publicado: 2014-04-01T16:00:00+00:00


JIMMY TENÍA BAJADA la capota del jeep. Me pasó una gorra de golf amarilla, nueva, con las palabras INMUEBLES MAYNARD bordadas en la visera. Me la puse, con el pelo bien recogido, y nos marchamos. La luna estaba casi llena y el color del cielo era de un aterciopelado azul oscuro. Jimmy conducía con una mano en el volante y la otra en el respaldo de mi asiento. Su móvil sonó dos veces; en ambas ocasiones miró a ver quién llamaba, se encogió de hombros y dejó que saltara el buzón de voz.

—¿Te gusta el chuletón? —preguntó.

—Claro.

—Estupendo, porque hoy es noche de chuletón en el club de campo. —Encendió la radio, y presionó varios botones hasta que encontró la emisora que quería—. Los Sesenta en la Sexta —dijo—. Cómo me gusta la radio por satélite.

Reconocí la canción que estaba sonando, «Under the Boardwalk», de los Drifters, porque era una de las favoritas de Mitch.

Jimmy me miró.

—¿Qué te parece la música playera? ¿Te gusta?

—Ya lo creo.

Otra sonrisa.

—Acabas de ganar muchos puntos.

—Crecí escuchando la música de los Drifters, los Tams y los Platters —le respondí—. Mi padre es un loco de la música playera.

—¡Ay! Ahora sí que me siento como un vejestorio . . .

—Lo superarás.

Nos detuvimos delante de un desparramado edificio de estuco blanco de una planta, rodeado de macizos de azaleas en flor. Un discreto letrero de estuco me advirtió de que habíamos llegado al CLUB DE CAMPO PINE BLOSSOM.

Jimmy se acercó corriendo hasta un pórtico y un mozo encargado del aparcamiento salió a toda prisa a coger las llaves.

Cruzamos un vestíbulo, un elegante espacio con sofás muy mullidos y vitrinas de cristal repletas de trofeos plateados, y entramos en el comedor, una enorme sala con paredes acristaladas que daba al campo de golf, iluminado con luces ascendentes.

—Señor Maynard —dijo en un murmullo la jefa de sala, una rubia de mediana edad con falda corta y piernas largas—. Tenemos su mesa habitual preparada.

La sala estaba llena de gente bien vestida, los hombres con chaqueta de sport, las mujeres con elegantes conjuntos de pantalón o vestidos. Me alegré de haber aparcado el mono de trabajo esa noche. Pero nadie parecía mirar con desaprobación a Jimmy y sus pantalones cortos.

—¿No tienen unas normas de vestir aquí? —susurré mientras nos abríamos paso por la sala.

—Claro que sí —respondió, guiándome con una mano en la parte baja de mi espalda—. Hay reglas y hay excepciones a las reglas. Yo intento ser la excepción siempre que puedo.

Muchos comensales se daban la vuelta en sus mesas para decir hola o se levantaban para estrecharle la mano a Jimmy.

—¿Conoces a todo el mundo aquí? —le pregunté cuando separaba mi silla para que me sentara.

Paseó la mirada por la habitación.

—Hmm. No. Hay algunas personas a las que no reconozco. Serán yanquis, probablemente.

El camarero trajo un vaso grande de hielo y una jarrita de lo que parecía bourbon.

—Aquí tiene su Knob Creek, señor Maynard. —Me miró a mí—. ¿Y para la señora?

Me encogí de hombros.

—Tomaré lo mismo que él.

Jimmy se echó a reír y me palmeó la mano.



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