Un viaje en mil historias by Daniel Vadillo

Un viaje en mil historias by Daniel Vadillo

autor:Daniel Vadillo
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Autores de Argentina
publicado: 2023-09-15T00:00:00+00:00


La quinta de Álvarez

Mientras terminaba con mis últimas materias de la carrera, se planteó en la familia, la posibilidad de contar con una casita de fin de semana en las afueras de Buenos Aires. La idea fue madurando los siguientes meses y se consolidó al momento que mi padre adquirió un terreno en la Localidad de Francisco Álvarez.

Era entonces un hermoso barrio de casas quinta, de muy fácil acceso desde la ruta, con su calle asfaltada, bien arbolado y con servicios. A pocas cuadras de allí teníamos un centrito comercial, donde no podían faltar la carnicería, ni una buena panadería. En síntesis, era todo lo que estábamos buscando.

Me aboqué con entusiasmo al proyecto de la nueva casa, con el incentivo de saber que sería el primero de mi carrera en llegar a materializarse.

La casita era sencilla y funcional, se accedía a través de una galería que funcionaba como cochera y quincho a la vez. Un ambiente amplio, con hogar a leña en el centro y doble altura, oficiaba de estar, comedor y circunstancial dormitorio. La cocina y el baño, completaban la planta baja. En un primer piso teníamos dos pequeños dormitorios, accesibles mediante un balconcito interno, que miraba sobre el estar. En la parte trasera del terreno, hicimos una pileta redonda, muy sencilla y plantamos algunos árboles.

Los viajes a la obra fueron incontables, uno o dos por semana. Más de una vez viajamos los cincuenta kilómetros desde Flores, para ver colocados esa semana, solo un par de ladrillos y escuchar como siempre, la infinidad de pretextos que argumentaba el albañil. “El corralón entregó tarde el material” “El peón me faltó” “Llovió todos los días” Etcétera, etcétera. Yo siempre ponía buena cara y hacía que le creía, para no estropear una buena relación de vecindad con la obra.

Mientras las paredes iban creciendo, yo desarrollaba mi propio trabajo práctico de instalaciones. Hacíamos equipo con mi viejo, él como peón, excavaba zanjas y picaba canaletas en los muros, mientras que yo, técnico especializado, tendía las cañerías, tallaba roscas y pasaba cables. El entusiasmo y la energía que ponía mi padre en estas labores extra oficina, era admirable.

Confieso que el trabajo de la obra era bastante más duro que mi tablero de dibujo. En una ocasión viajé solo, para terminar de armar los desagües y nivelar las cañerías, con treinta y cinco grados de temperatura y bajo un sol que rajaba la tierra. Me pesqué una terrible insolación, que me hizo subir la fiebre, casi al punto de desmayarme. Vestido como estaba, me dí vuelta un balde de agua fría en la cabeza y así empapado, me metí dentro del auto y manejé de vuelta a casa. Apenas pude llegar y la recuperación me costó dos días en cama.

Todos colaboramos en el proyecto y cada uno puso lo suyo, desde las zanjas que cavó mi viejo, hasta las cortinas que cosió mamá.



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