Un tranvía en sp by Unai Elorriaga

Un tranvía en sp by Unai Elorriaga

autor:Unai Elorriaga [Elorriaga, Unai]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Marcos empezó en la nuca y, bajando por la columna, hizo que su dedo llegase a la cintura. Roma estaba desnuda.

A Lucas siempre le había parecido que las vías que utilizaba la compañía del ferrocarril para limpiar los trenes, no eran para limpiar los trenes; siempre le había parecido que eran para matar trenes. Se veía claramente que les costaba respirar a los trenes, que tenían una tos fea. Esa era la impresión que le daba a Lucas. Era una impresión sencilla, eso sí, sin ramificaciones. Lucas solía andar entre los vagones cuando no estaba Rosa. Hablaba con los que limpiaban los trenes. Ahora había tres chavales; hacía cuarenta años un viejo: Arturas. Eran elegantes las conversaciones entre Arturas y Lucas. ¿Mucha basura, Arturas? Menos que en el infierno. (…) ¿Qué tiempo va a hacer, Arturas? Mejor que en el infierno.

A Lucas le gustaba estar cerca de las ruedas de los trenes. Desde los andenes de las estaciones no podía ver las ruedas, pero sí desde allí; era un privilegio estar allí. Y solía coger un clavo en el taller y hacía dibujos en la roña de las ruedas, y algunos dibujos seguían en el mismo sitio al de una semana, cuando los volvían a traer a limpiar, pero muchos de ellos no eran ya ni siquiera dibujos, eran un poco más de roña encima de la roña de antes.

Cuando decidía que ya había andado lo suficiente entre vagones, se acercaba al balcón de la estación. Para Lucas era el balcón de la estación porque dejaba ver toda la parte baja del pueblo, y los últimos árboles, y el monte, y las setas, si se era joven y se tenía buena vista. Pero había niebla entre los árboles, el monte y las setas. En lugar del bochorno del pueblo. No una niebla caliente; una niebla simpática y una niebla como Dios manda.

Entonces se despedía de la estación y de quienquiera que estuviese limpiando los trenes, y andaba hacia la niebla. Andaba seguro. Y torcido. Conocía muy bien las calles cercanas a la estación: la panadería de Juan, la casa de su tía (la sopa de su tía), la plaza. Pero daba la vuelta a una esquina, y aparecían casas que no había visto nunca, rojas casi siempre, y otro parque y niños y madres nuevas. Lucas dejaba de estar tranquilo entonces. No entendía las calles nuevas.

Se sentaba en un pretil sin personalidad, se mareaba. No sabía el camino de la niebla. Ni el de casa. Casi siempre se le acercaba un policía municipal entonces.

–¿Otra vez, Lucas? – le decía.

Lucas no le solía conocer, hasta que llegaba a su lado y le veía la barba.

–¿Adónde ibas, Lucas?

–A la niebla -contestaba-. O a casa.

El municipal cogía a Lucas del brazo y le acompañaba a casa, igual que si estuviera dando de comer a uno o dos peces tropicales.



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