Un revés inesperado by Liane Moriarty

Un revés inesperado by Liane Moriarty

autor:Liane Moriarty [Moriarty, Liane]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-14T00:00:00+00:00


* * *

Una hora después, Amy estaba ante la puerta de la casa de sus padres y llamó al timbre que no funcionaba, solo por si lo habían arreglado, y después, sin esperar, pues sabía que nunca lo arreglarían, llamó con fuerza con los nudillos.

Miró a su limpio y delicioso compañero, que estaba a su lado con su camiseta blanca haciendo juego con sus dientes blancos, con su pelo rapado, sus anchos hombros y sus gafas, como un misionero que va de casa en casa o el amigo empollón de una película de vampiros para adolescentes. Su madre le haría a Simon un montón de preguntas inquisitivas y Simon las respondería de forma cortés y exhaustiva, y su madre recordaría esa exhaustividad durante años después de que Amy se hubiera olvidado de la existencia misma de Simon Barrington.

Era una distracción para el objetivo principal de la visita, recopilar sutilmente todos los datos biográficos de Savannah que les fuera posible, especialmente los relacionados con el presunto maltrato.

«¿Has traído a tu compañero de piso? ¿Por qué?». Podía oír ese tono cuidadoso y paciente que a veces empleaban sus hermanos, como si se tratara de un artefacto explosivo que pudiera detonar en cualquier momento.

—¿Es aquí donde te criaste? —preguntó Simon mirando a su alrededor.

—Sí —respondió ella.

—¿Una infancia feliz? —preguntó él. Miraba los grandes tiestos de flores, las impolutas baldosas de terracota y las figuras de piedra de los cuidados arriates del jardín—. Parece el escenario de una infancia feliz. —Tocó con la punta de su zapatilla la base de la estatua que había junto a la puerta. Era una niña sin ojos, con una gorra y una cesta vacía en las manos.

—¿Qué le ha pasado en los ojos?

—Los cuervos se los arrancaron —contestó Amy.

—Parece un pequeño demonio —comentó Simon.

—Lo sé. ¡Siempre lo he pensado! —Quizá ella y el contable fuesen almas gemelas.

La puerta se abrió ligeramente.

Una voz grave y áspera les habló.

—¿Desean algo?

Durante un segundo, Amy dudó si se había equivocado de casa. Todo era posible. Pero, después, la puerta se abrió cuanto permitía la cadena de seguridad, y ahí estaba Savannah, vestida no con ropa vieja de Amy, sino con una camisa de cachemir de manga larga remetida en unos pantalones capri negros que Amy estaba bastante segura de que pertenecían a su madre. Era peor ver a Savannah con la ropa usada de su madre que con la de ella.

—Ah, hola, Amy —dijo—. ¿Cómo estás? Tu madre está durmiendo ahora.

Cuando Joy se desmayó el día del Padre, había sido Savannah la que la había agarrado y, con cuidado, tumbado en el suelo. La cabeza de Joy había terminado apoyada sobre el regazo de Savannah y nadie pudo decir: «Quítate de ahí, chica desconocida, esa es mi madre y su cabeza debería estar apoyada en mi regazo».

—No pasa nada. —Amy había hablado con su madre varias veces por teléfono desde que salió del hospital y sabía que solía echarse la siesta—. No la voy a despertar. ¿Qué hace mi padre? —Esperó a que Savannah se apresurara a soltar la cadena de la puerta.



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