Un marido para Suzanna by Christine Rimmer

Un marido para Suzanna by Christine Rimmer

autor:Christine Rimmer
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2000-02-29T23:00:00+00:00


Capítulo 6

Se casaron tal y como habían acordado, la mañana del viernes siguiente, en una sencilla ceremonia civil. Su padre y otro preparador de caballos hicieron de testigos. Comieron después en el mejor restaurante de Whitehorn, el State Street Grill. Luego Suzanna subió a la camioneta de Nash y partieron para Wyoming.

Buffalo era una población encantadora. A Suzanna le recordó a Whitehorn, con sus numerosos y pintorescos edificios de ladrillo en su ancha calle principal y un fondo de altas y escarpadas montañas. La pelusa de los álamos flotaba en el aire y las praderas se extendían interminables, conservando todavía el color verde de la primavera.

Nada más verla, le encantó la posada Clear Creek. Era tan antigua como la casa en la que se había criado, con sus altos techos y amplias habitaciones. Su anfitriona, amiga de Nash, los recibió en el salón principal. Emma Marie Lawrence era una atractiva pelirroja de unos cuarenta años, que enseguida le pidió a Suzanna que la tuteara y sonrió con expresión cariñosa a Nash… quizá demasiado cariñosa.

—Vamos, os enseñaré la habitación que he reservado especialmente para vuestra luna de miel.

Impresionada por la gran cama de dosel, Suzanna permaneció indecisa en el umbral después de que Marie los hubiera dejado solos.

—Parece una mujer… muy simpática.

Nash dejó las maletas al pie del armario de caoba de la pared del fondo y se volvió para mirarla. Suzanna fingió una tosecilla.

—¡Ejem! ¿Cómo… os conocisteis?

Nash se echó a reír.

—Ay, Suzanna… Me temo que has escuchado demasiadas canciones de Garth Brooks.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

Nash llevaba unos tejanos nuevos, color verde olivo, y botas de vestir, relucientes. Mirándola, se enganchó un pulgar en el bolsillo en una típica pose vaquera. Y típica pose insolente, también.

—Marie es una amiga… y nada más. Trabajé para ella y para su marido poco antes de que muriera. Poseían un rancho de ganado a unos treinta kilómetros del pueblo.

Suzanna se puso a juguetear nerviosa con la alianza de oro. La sentía tan nueva… Nueva, pero no extraña del todo. Sabía que se acostumbraría a llevarla fácilmente. Le sorprendió de nuevo lo poco que sabía del hombre con quien acababa de casarse. Había tenido una vida difícil: eso resultaba evidente después de lo que le había contado la otra noche. Y, sin embargo, conservaba aquel fondo de ternura, aquella delicadeza natural…

—A ti… realmente te gustan las mujeres, ¿verdad? —La pregunta escapó de sus labios antes de que se diera cuenta de que no era eso exactamente lo que había querido decir. Se apresuró a corregirse—: Quiero decir que se te dan bien…

Nash se echó a reír de nuevo.

—Creo que no era tu intención, pero acabas de soltarme un cumplido.

—Supongo que sí…

—¿Es posible que tu verdadera intención fuera preguntarme cuántas mujeres ha habido en mi vida? —le preguntó a su vez con tono suave.

Suzanna enrojeció tanto como la moqueta grana de la habitación.

—Más de una —añadió. No se rió esa vez, pero Suzanna pudo percibir la risa en su voz—. Y menos de cien. ¿Te agrada la respuesta?

Suzanna alzó la cabeza.



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