Un día más con vida by Ryszard Kapuscinski

Un día más con vida by Ryszard Kapuscinski

autor:Ryszard Kapuscinski [Kapuscinski, Ryszard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia, Memorias, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Ahora, Dios lo quiera, ojalá podamos cruzar con vida la raya negra, ojalá alcancemos Lubango. Nos hemos puesto en marcha a las diez, con el sol ya muy alto, con la esperanza de que la furia del calor haya obligado ya al enemigo a abandonar sus escondites y lo haya sumido en un estado de indolencia apática y soñolienta. Por la recalentada plaza daban vueltas unos soldados aturdidos por el calor, vagando de un lado para otro sin nervio, sin energía. Otros permanecían sentados a la sombra, apoyados contra las paredes de las casas o contra vallas o árboles, quietos como en un letargo. Yo no sabía dónde se había metido Diógenes, que desapareció junto con todo el grupo del convoy. Por ninguna parte vi a la mujer. Carlos estaba de pie en la terraza de la posada y agitaba su ametralladora en nuestra dirección. En el estático escenario de aquella plaza, el brazo de Carlos agitándose en el aire parecía la única cosa viva y capaz de moverse.

Íbamos en un jeep Toyota que conducía António, un soldado de dieciséis años. La carretera aparecía cubierta por un brillo cegador, un lago de destellos de luz que avanzaba hacia adelante. En un momento dado, de las profundidades de aquel lago emergió, cual un espectro, un vehículo. Se nos acercaba. Como en tales situaciones nunca se sabe quién viene a tu encuentro, Farrusco, que iba a mi derecha, quitó el seguro de su Ka-2 y desprendió del cinturón una granada. Los coches se detuvieron. De la camioneta, cargada de trastos como un carro de gitanos, bajó un portugués desastrado y con barba de varios días, que junto con su familia huía hacia Sudáfrica. En pie en medio de la carretera, encorvado y resignado, daba la impresión de alguien que se encontraba ante un juez que de un momento a otro iba a condenarlo a cadena perpetua. Dijo que la carretera estaba vacía y que nadie lo había parado. Tal cosa, sin embargo, no significaba nada, porque los emboscados, por lo general, no tocaban a los refugiados.

Como el jeep era de los abiertos, la corriente de aire proporcionaba un poco de alivio. Y silbaba en los oídos. Este año, me gritó Farrusco a través del viento, ha nacido mi primer hijo. Está en Lubango y tengo muchas ganas de verlo. ¿Es grande?, pregunté en la voz más alta posible para que me oyese. Sí, mucho, y celebró el hecho con una carcajada, todo un hombretón. Dejamos atrás Rocadas y luego el puente desierto sobre el Cunene. Mi padre, gritaba el comandante a través del viento, no tenía tierra, y nosotros éramos ocho, y ni un par de zapatos. No sé si sabes que en este país hay montañas y también hace frío. Moví la cabeza en señal de que no lo sabía. El jeep avanzaba por la carretera a través de un paisaje tan monótono que parecía que no nos movíamos de sitio. Cuando servía en las filas de paracaidistas, me llegó su voz imponiéndose al viento, pensé que luchaba en el bando equivocado.



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