Tus malas costumbres by Eloisa James

Tus malas costumbres by Eloisa James

autor:Eloisa James
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2004-08-09T22:00:00+00:00


CAPÍTULO 20

A veces, la embriaguez es una sabia decisión

Helene se recuperó un poco de su incipiente embriaguez durante la cena. Muy ligeramente. En cierto momento se dio cuenta de que otro sorbo de vino le daría la puntilla, y por la mañana padecería un terrible dolor de cabeza. Pero no se hizo caso a sí misma. Era mejor sobrevivir al momento y por la mañana... ya vería lo que hacía.

Rees se sentó a un extremo de la mesa. Mientras cenaba revisaba partituras, absorto. Al igual que antes, Lina, Tom y Helene llevaban la conversación. Cuando Leke retiró el pudín, la conversación se extinguió. Helene respiró profundamente y se dirigió a Lina.

—Si nos excusas —dijo amablemente—, te lo devolveré en cinco minutos.

—Por favor, tómate siete. —Lina guiñó un ojo a la condesa.

Una pequeña sonrisa cómplice asomó también a la boca de Helene. ¿Era el vino lo que le hacía sentir respeto por la amante del esposo?

—¡Rees! —Se puso en pie.

El conde se metió la partitura en el bolsillo.

—De acuerdo, ya voy —contestó.

No le había dado la menor importancia a los comentarios de Lina y Helene acerca de la brevedad de sus actividades en la cama. Si es que los había oído. Parecía inusualmente dócil, pero en lugar de dirigirse a las escaleras, caminó por el pasillo hacia el salón de música; es decir, la habitación que solía ser la sala de estar y ahora estaba ocupada por tres pianos.

—¡Rees! —Helene lo seguía—. ¿Qué estás haciendo?

—Quiero enseñarte esta partitura —dijo, con impaciencia, pasándose una mano por el pelo—. Haremos lo otro enseguida, no te preocupes.

—Prefiero hacer lo otro, como tú lo llamas, ahora. —Helene se había puesto seria.

Quería aprovechar los efectos del alcohol para atenuar la siempre desagradable experiencia de acostarse con Rees, aunque sólo durase siete minutos en el mejor de los casos.

Pero Rees no le hizo caso. Ya estaba al piano y revisaba los papeles. Helene avanzó con prudencia por la habitación. Corría peligro de caerse al suelo con tantos papeles por allí tirados. Acabó por dar un par de patadas a las partituras.

—¿Cómo puedes vivir con todo este desorden?

—Es un falso desorden, pura apariencia. En realidad, todo está en su sitio.

Helene se echó a reír.

—Claro, es un archivo perfecto. —Dio más patadas a los papeles.

—¡No hagas eso! —Rees se había enfadado de verdad—. Claro que está ordenado. Los borradores están en el suelo. Los diferentes actos de la ópera están clasificados en el sofá.

—¿Sofá? ¿Hay un sofá? ¡Santo Dios! —Helene se acercó al mayor montón de partituras y descubrió que el horrible sofá que les había regalado su tía Margarita todavía estaba en la sala, aunque enterrado bajo toneladas de papel—. Debes de tener casi toda la ópera aquí, Rees. No sé por qué dices que te falta mucho trabajo por hacer.

—Pamplinas. Eso no vale para nada. —Resopló—. No he escrito una línea decente en el último año. —Tocó al piano algunas notas—. ¿Qué piensas de esto?

Incluso embriagada, Helene conservaba la sensibilidad musical intacta.

—No puedo decir que me guste mucho.



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