Tres hombres en una barca by Jerome K. Jerome

Tres hombres en una barca by Jerome K. Jerome

autor:Jerome K. Jerome [Jerome, Jerome K.]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1889-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO XI

Algo que le ocurrió a George cierta vez que se levantó temprano. - George, Harris y Montmorency no sienten aficiones al agua fría. - Heroísmo y decisión de un servidor. - George y su camisa: una historia con moraleja. - Las habilidades culinarias de Harris. - Historia antigua, expresamente adaptada para usos escolares.

L despertarme, a las seis y media de la mañana, encontré a George completamente desvelado; hicimos todo lo posible para dormir, mas fue imposible en toda la extensión de la palabra. Si por necesidad o algún motivo especial hubiésemos tenido que levantarnos enseguida y vestirnos sin pérdida de tiempo, a buen seguro que nuestros ojos se hubieran abierto el tiempo justo de dar una mirada al reloj, pero tal como estaban las cosas no existía motivo alguno para que nos levantásemos, por lo menos hasta dentro de un par de horas, y saltar de la cama —bueno, eso de la cama es un decir— a una hora tan intempestiva como las seis y media de la mañana era un absurdo; sin embargo —la vida es eterna contradicción— en lugar de reposar plácidamente teníamos la sensación de que si permanecíamos echados más de cinco segundos falleceríamos de muerte repentina.

George dijo que esto mismo ya le había sucedido —y bajo su forma más virulenta— hacía dieciocho meses, cuando se hospedaba en casa de una cierta señora llamada Gippings. Una noche se le paró el reloj a las ocho y cuarto, de primer momento no lo advirtió, pues al acostarse olvidó darle cuerda, dejándolo colgado, como siempre, encima de la cabecera de la cama. (Me olvidaba una cosa: esta lamentable aventura tuvo lugar en invierno, y en la época en que los días son cortos y la niebla reina durante semanas enteras). Al despertarse todo estaba oscuro, lo que se llama oscuro, y como no podía orientarse sobre la hora estiró el brazo y cogió el reloj: eran las ocho y cuarto.

—¡Que Dios y toda la corte celestial tengan piedad de mi alma! —exclamó George desolado— ¡y yo que debo estar a las nueve en la City! Oh… ¿por qué no me han despertado?… ¡Esto es intolerable!…

Tiró el reloj encima de la cama, tomó una ducha fría, se vistió —afeitándose con agua fría, pues no tenía tiempo de calentarla— y corrió a ver la hora que marcaba su cronómetro. ¿Podía ser posible que el golpe que recibió en la cama lo adelantara? Y si no era así… ¿qué explicación cabía?… A esto no podía responder, pero lo evidente era que cuando lo vio, hacía escasamente cinco minutos, marcaba las ocho y cuarto y ahora indicaba las nueve menos cuarto. Lo cogió y echó a correr escaleras abajo. Silencio y oscuridad completos en el comedor; el desayuno no estaba preparado y la chimenea tampoco había sido encendida.

—¡Qué desfachatez la de mi patrona! —masculló George indignado, pensando añadir alguna cosa más cuando la viese por la noche.

Se metió dentro de su abrigo y se caló el sombrero casi hasta los ojos, empuñó furiosamente el paraguas e intentó salir: la puerta ni siquiera estaba abierta.



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