Transbordo en Moscú by Eduardo Mendoza

Transbordo en Moscú by Eduardo Mendoza

autor:Eduardo Mendoza [Mendoza, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-03-31T16:00:00+00:00


Look at those black lines and the dirty rags hanging on them out of the sky — they are a warning; look at the smoke on the water; the devil is brewing mischief.

Me desperté poco antes de las siete y lo primero que hice fue mirar por la ventana. Todavía estaba oscuro, caía una lluvia fina y la luz verdosa de las farolas se reflejaba en el adoquinado. No me costó mucho descubrir la silueta del hombre gordo en la acera opuesta al hotel, cobijado bajo un saledizo, con el cuello de la gabardina subido y el sombrero calado hasta las cejas.

Bajé al comedor, un cuartucho mal ventilado con cuatro mesas, y me senté en la única que estaba libre. Una pareja joven, una señora anciana y un tipo estrafalario, vestido con pantalón rosa, americana verde, camisa marrón y foulard amarillo, ocupaban las otras tres. Después de una breve espera apareció la recepcionista de la víspera y colocó sobre el mantel de hule una cesta con dos rebanadas de pan, una pastilla de mantequilla y dos envases de mermelada de fresa. Me preguntó si quería café o té y le respondí que tomaría un café y que podía llevarse la bandeja, porque había quedado para desayunar con un amigo. Con expresión ofendida retiró la bandeja y trajo una cafetera repleta de un líquido semitransparente y muy amargo. Bebí dos sorbos, saludé a mis compañeros de hotel y salí a la calle. La lluvia había cesado. Sin hacer caso del hombre gordo, caminé hasta encontrar un taxi y me hice llevar al George V. Una vez en el hotel, subí directamente a la habitación, deshice la cama como si hubiera dormido en ella, me afeité, me duché, me vestí, retiré de la puerta el cartel de no molestar, bajé al restaurante, y a las ocho en punto estaba desayunando huevos con jamón, fruta fresca, embutidos, un café delicioso y un exuberante surtido de bollería.

Finalizado el desayuno, pasé por la recepción: monsieur Solsona había llamado la noche anterior para confirmar nuestra cita a las veinte horas en el Lucas Carton, Place de la Madeleine; también me habían conseguido una entrada para el museo del Louvre aquella mañana a las once treinta.

Leí la prensa y salí nuevamente a la calle. El cielo estaba nublado, con algunos claros, y la temperatura no era excesivamente baja. Como era temprano, fui hasta el Louvre dando un paseo, con el hombre gordo pegado a mis talones. Como de costumbre, había una cola larga para acceder al museo por la pirámide. Me salté la cola con mi entrada y dejé chasqueado al hombre gordo. Con el rabillo del ojo le vi dar unos golpes con el pie en el suelo cubierto de escarcha. Aquella visión me alegró el día.

En el interior del museo había grupos numerosos que hacían el periplo de las piezas más conocidas sin dejar de cotorrear. Di vueltas por las zonas menos concurridas, sin prestar atención a las obras expuestas, y cuando me harté de recorrer salas y pasillos y de subir y bajar escaleras, salí a la explanada.



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