Tostonazo by Santiago Lorenzo

Tostonazo by Santiago Lorenzo

autor:Santiago Lorenzo [Lorenzo, Santiago]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 2022-10-01T00:00:00+00:00


14

Por las mañanas no podía evitarle, porque yo estaba allí para trabajar en sus cuidados. Pero por las tardes me metía en mi habitación, entrecerraba la puerta que él no quería que cerrara del todo y me tragaba sesiones de horas y horas de películas, seriales, informativos y anuncios. Tanto en la tele (la que me puso el viudo) como rascando por internet (la que instaló la prima) como con mi MP3 (el que me regalaron cuando el cumpleaños de Sixto). Todo con los cascos puestos, que son como dos señales de dirección prohibida para pesados.

Él notó que yo le eludía. Yo noté que él me echaba peligrosamente de menos. No a mí, que cabía dudar de si se había quedado acaso con mi nombre. Sino a alguien cualquiera con quien pelar la pava para combatir el hastiorro de los días.

Se levantaba por la mañana. Leía el periódico, se hacía una sopa de letras (era muy aficionado) y ya después todo lo demás era mirar una pared, con ganas de que pasaran las horas para poder irse a la cama otra vez. Aburriéndose mortalmente como un búho disecado, el angustiado Pacomio buscaba más trato. A mí me tenía cerca.

Se me hacía el encontradizo. Daba cosa cuando se asomaba a la puerta del cuarto, haciéndose ver, exhibiéndose como un besugo en la lonja de pescado, ofreciéndose como la pieza sabrosa del mercado de amigos. Yo me aferraba a mis auriculares y le emplazaba por señas para un luego que nunca llegaba. Él insistía en su desfilar melancólico, echando despistadas miraditas a mi estancia, a ver si el habitante se salía un rato a echar una parrafadiIla, a tirar el vidrio en el contenedor correspondiente mientras charlaban sobre esto o sobre aquello.

Era grimoso verle, haciendo ronda como una casamentera, en la esperanza de recibir un saludo prometedor, exhibiendo sus encantos con la expectativa de que yo me arrimara a pegar la hebra al amor de sus aromas oferentes. Hacía pasillo con sus ojines nostálgicos, pidiendo nueva plática, rezongando rogativo y lanzando furtivas miradas a mi puerta, demorando el paso y, sin saberlo, haciendo de amante suplicante de forma indigna. Un día me dejó unas peladillas encima de la colcha, como reclamo para ver de volver a nuestro compadreo. Otro día me dejó en la almohada más pastas de las suyas.

Veía a la vagarosa camelia desde donde no pudiera verme y se me arremolinaban dentro la risa, la lástima, y un gozoso placer por comprobar cómo penaba uno que se ganaba la pena a pulso.

Pero había una reflexión que me hacía dormir revuelto. Pacomio era un Sixto, si bien conmigo haciendo de Tiedra. Dios, la manta de pelmadas que me echaba encima. Luego me daba por cambiar la perspectiva y me torturaba pensar que quizá lo que estaba pasando era que yo estaba haciendo mal mi trabajo. Es decir, que yo me estaba comportando como un Sixto de manual. Según lo cual, yo era Tiedra y Sixto a un tiempo, a ratos cada uno.



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