Buffalo Soldiers by Robert O’Connor

Buffalo Soldiers by Robert O’Connor

autor:Robert O’Connor [O’Connor, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1993-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Quieres ir a algún sitio cercano, que esté en Mannheim, pero Robyn te pide que la lleves de vuelta a Benjamin Franklin Village. Una vez en el aparcamiento, echas un vistazo para ver si está el Jefe. Ni rastro del Montego. Lo más probable es que siga buscándote, inmerso en maniobras nocturnas, comprobando todos los moteles de mala muerte de la zona.

Robyn abre la puerta y te conduce hacia el interior de la casa. Tras un nuevo vistazo, ahora que el Jefe no ronda por aquí, reconoces el agradable aire militar del piso, que está destrozado por los excesos de los anteriores inquilinos.

—¿Estás segura de que no va a volver?

—No —responde. Te das cuenta de que eso la excita tanto como a ti—. ¿Qué música te gusta? —pregunta mientras se dirige al equipo de sonido y repasa los discos.

—Que tenga ritmo —respondes.

Incluso cuando no está, el piso huele al Jefe. Al fondo del salón, en el comedor, todavía hay cajas sin abrir. El sargento Lee está tan centrado en putearte que no tiene tiempo de poner en orden su vida doméstica. En las paredes hay estanterías improvisadas llenas de libros: las habituales guías y manuales militares, pero también muchos libros sobre Vietnam.

Robyn ha puesto un disco de Donna Summer, la típica basura que te destroza los oídos, pero asientes al verla venir hacia ti. Te besa.

—¿Hacemos un tour por la casa?

—Ya he visto esta parte.

—Entonces, ¿subimos?

La sigues. Sube los escalones de dos en dos, como un potrillo. La cola se le agita sobre el cuello. Te fijas en la cantidad de espejos que hay en las paredes. Espejos por todas partes. A veces, ves más en las casas de la gente que en su propio rostro. Y lo que ves aquí es lo que has visto en todas las casas que tiene el ejército en Alemania: este es el lugar adonde van a parar las personas sin rumbo.

Robyn se adelanta y te enseña su habitación, un pequeño cuarto con una manta eléctrica.

—Deberías sentirte privilegiado —dice—. He limpiado para ti.

No esperabas que estuviese tan mal aislado. Ahí de pie, en el cuarto, notas el zarpazo de una corriente de aire frío.

Robyn coge un unicornio del tocador, que cuenta con un enorme espejo inclinado rodeado de bombillas.

—Me encantan los unicornios —dice—. Me gustan de peluche, pero también de cristal. Hasta tengo un rancho para unicornios. ¿Y sabes lo mejor? La mitad son robados.

—Seguro que tu psicólogo le ha sacado jugo al asunto.

—Dice que es habitual proyectar amor hacia un mito. Dice que tengo que salir más, entrar en contacto con el mundo real.

—¿Y se supone que yo soy el mundo real? —preguntas.

—¿Por qué no?

Le tocas la mano y la atraes hacia ti.

—Abrázame —dice. Le rozas el brazo sano y notas que el vello, grueso y oscuro como el de un hombre, se eriza al acariciarlo.

—Enséñame la habitación de tu padre —dices.

Avanza por el pasillo hacia otro cuarto, todo muy formal. Entonces la coges por los hombros, la besas con suavidad y le metes la lengua en la boca.



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