Todos Sobre Zanzíbar by John Brunner

Todos Sobre Zanzíbar by John Brunner

autor:John Brunner
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Hugo, Ciencia Ficción
publicado: 2011-01-20T21:22:54+00:00


CONTINUIDAD (18)

LAS MURALLAS DE TROYA

La hostilidad que percibió Donald al volver al mundo de todos los días no era una ilusión. Venía de los restantes viajeros que se apretujaban en el exprespuerto de emergencia que atendía ahora la región de EleA. De hecho era una base militar, despojada a toda prisa de los equipos que no debía ver el público y patrullada constantemente por guardias armados. Desviados, retrasados, con los planes echados a perder, hambrientos y sedientos porque las cantinas de las Fuerzas Aéreas no daban abasto para todos como los bares de un exprespuerto normal y, para colmar la copa, inseguros de que sus vuelos no fueran a ser anulados, porque los expresos desviados a esta base atronaban zonas habitadas al atravesar la barrera del sonido y se decía que los residentes iban a presentar una denuncia, buscaban a su alrededor alguien sobre quien descargar su resentimiento, y la aparición de Donald, provisto de pases especiales que cortaban a través de la malla burocrática que enredaba a todos los demás, ofrecía un buen blanco.

No le importaba una pizca de ballescoria lo que sintieran.

Le dolía ligeramente la cabeza. Uno de los muchos instructores sucesivos del Campamento Floreciente a través de los que había pasado como una máquina en la cadena de montaje le había advertido que esto podía ocurrir de vez en cuando durante la primera o las dos primeras semanas.

Pero el dolor no era suficientemente intenso para alterar su estado de ánimo fundamental.

Se sentía orgulloso. El Donald Macerdo de los treinta y cuatro años anteriores había dejado de existir, pero no se había perdido nada. Era pasivo, un receptor o más bien un receptáculo, abierto a la entrada masiva de datos externos, pero sin aportar nada propio al desarrollo de los acontecimientos, reservado, autocontenido, tan neutral que incluso Norman de la Casa, que compartía con él un apartamento, le podía llamar en un acceso de ira «zombie sin sangre ni personalidad».

No es que ahora le importara tampoco la opinión de Norman. Sabía las capacidades latentes que albergaba y sentía una avidez salvaje por el momento en que las podría poner en práctica.

En una mesa plegable que formaba parte de una de las hileras que llenaban el hangar que estaban utilizando como sala de tránsito, un funcionario cansado le comprobó los documentos.

–¿A Yatakang, eh? – dijo-. ¡Supongo que va a que le optimicen!

–¿A mí? No, funciono muy bien en todas mis partes. Sin embargo usted tiene aspecto de estar ahorrando para un billete.

Durante un segundo creyó que el hombre le iba a golpear. Enrojeció fuertemente por el esfuerzo de autocontrol. No pudo decirle más a Donald, pero estampó sin hablar los documentos bajo las cámaras y máquinas de sellado, ante él, haciéndole luego gesto de que pasara.

–No había por qué decir eso -dijo el oficial de la siguiente mesa, cuando Donald pasó lo suficientemente cerca para oír un susurro.

–¿Qué?

El segundo oficial se aseguró de que su compañero estaba de nuevo ocupado y no escuchaba.

–No había necesidad de decir eso -repitió-. Se casó sin que le comprobaran los genes y le tuvieron que abortar el primer hijo.



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