Todos me llaman Ful by Rafa Melero

Todos me llaman Ful by Rafa Melero

autor:Rafa Melero [Melero, Rafa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-06-13T00:00:00+00:00


38

El puto reloj

El día anterior, en la tienda de artículos de segunda mano de la Barceloneta, Paolo se preparaba para cerrar. Eran casi las ocho de la tarde y aquel día ni los «moritos» ni los otros «proveedores» le habían llevado uno de sus objetos preferidos. Y solo había vendido un Rolex que almacenaba desde hacía mucho —de un cliente que se había echado atrás— a un rumano que regentaba un piso con prostitutas y que hacía tiempo que esperaba otro modelo. Supuso que se cansó de esperar y se llevó el que tenía allí. El tipo había pagado doce mil euros, lo cual tampoco estaba mal del todo, por un reloj que en el mercado vale más del triple.

Mientras recogía, entró un cliente. No lo había visto nunca, pero vestía traje caro y llevaba un Omega de los buenos, él sabía distinguir bien las baratijas y aquel reloj no lo era.

Adoptó su acento para los extraños y se dirigió al tipo que curioseaba las vitrinas con los objetos para turistas, que no eran más que una tapadera de la que también sacaba lo suficiente como para disimular ante Hacienda.

—¿Está interesado en algo en especial, señor?

El hombre sonrió.

—Sí, no lo dude. Me ha costado dar con esta tienda. Las indicaciones que me dieron los chicos no eran muy exactas.

—¿Ah, sí? ¿Le han recomendado mi pequeño negocio?

—No exactamente. Vengo del centro y estoy buscando algo muy especial —dijo, mientras observaba el pequeño aparador donde había unas pulseras doradas que se veía a la legua que eran falsas—, pero nada de esto que tiene aquí expuesto.

—Claro, tengo algún otro material dentro. Si me dice qué está buscando, puede que se lo encuentre. Y también cojo encargos.

—Fantástico. Quiero un reloj —le dijo señalando la muñeca donde brillaba su propio Omega.

El viejo divisó negocio. El acento era claramente del Este y aquel reloj no se lo podían permitir los policías, por lo que quien tenía delante era un cliente, sin duda. Menudo ojo tenía para eso, se jactaba siempre. Son muchos los que se pueden permitir un lujo de los que él ofrecía, pero por el precio de uno nuevo el viejo les conseguía relojes que valían el triple o más, y que les proporcionaba una clase muy por encima de la suya. Y, sobre todo, les daba la oportunidad de blanquear dinero negro en un artículo que no podían adquirir legalmente sin levantar sospechas.

—¿Qué clase de reloj? —le dijo enseñando la vitrina que tenía delante, consciente de que ni por asomo sería lo que buscaba.

El hombre sonrió de nuevo.

—Vamos a jugar, ¿no es eso?

—No, no, yo soy un hombre de negocios serio.

Antonof se frotó la mandíbula y acto seguido sacó una fotografía de un reloj.

—Quiero este.

El viejo examinó la foto con detenimiento, como si fuera un verdadero experto. Y lo era. En la imagen se observaba el detalle ampliado de una muñeca donde se veía claramente el reloj.

—Buen gusto, un Richard Mille. Y muy caro. Precisamente tuve uno hace muy poco, pero lo vendí.



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