The Horus Heresy nº 5254 Heraldos del asedio by Varios Autores

The Horus Heresy nº 5254 Heraldos del asedio by Varios Autores

autor:Varios Autores [Varios Autores]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788445011263
editor: Minotauro
publicado: 2022-04-18T00:00:00+00:00


La nave estaba vacía. Sus compartimentos resonaban y sus pasillos parpadeaban debido a los lúmenes rotos. El Geométrico había salido de la Disformidad demasiado pronto, demasiado cerca, y en aquel momento sus escudos se estaban quebrando, sus motores funcionaban a toda marcha y algo, lo que sea que fuera, intentaba entrar.

Arvida recorrió el pasillo espinal longitudinal y sintió cómo la cubierta se hundía bajo el peso de sus botas. Jadeaba en el interior de su casco, y sus corazones latían a un ritmo acelerado. Había estado durmiendo, pues se había tomado solo una hora de descanso antes de que el deber lo llamara una vez más. Las sirenas de alarma lo habían despertado, arrancándolo de un sueño en el que todos los mundos del Imperio habían sido reducidos a cenizas, cubiertos de nubes sin fin, y sus continentes no eran más que cristales rotos.

Tenía ganas de vomitar. Algo iba mal. La realidad se había deformado y distendido. Los bordes del pasillo se volvían borrosos y se alargaban al tiempo que los recorría.

Ianius estaba a su lado, una presencia diáfana que le calmaba solo con estar allí. Había olvidado si había existido un momento en el que el tutelar no hubiera estado a su lado. Durante mucho tiempo había dejado de pensar en ellos como entidades separadas. Ahriman le había dicho que los compañeros eran unas consecuencias benignas de un mayor entendimiento del éter. Pero ¿siempre habrían estado allí, esperando ser descubiertos? ¿O se habrían formado de algún modo? ¿Dónde acababa un alma y empezaba la otra?

A Ianius no le gustaron aquellas dudas, y parpadeó y tembló en medio del baile de las luces de emergencia. Arvida se percató de que se estaba disculpando mientras corría y le pedía que se quedara cerca, aunque él sabía perfectamente que un tutelar nunca respondía a la razón.

Una cacofonía resonó a su alrededor, un estruendo de puñetazos martilleando contra el casco. Llegó hasta el puente y se adentró en el espacio cavernoso y vacío. Todos los puestos de servidores estaban desocupados. Los tronos de mando giraban con lentitud sobre sus columnas centrales. En los visores frontales vio un solo mundo, perdido en la oscuridad del vacío y ardiendo sin descanso.

Arvida se acercó al enorme portal de crystalflex. Todo parecía equivocado, todo parecía falso.

—Nunca lo vi arder —susurró—. No llegamos a tiempo.

Se volvió y echó un vistazo por todo el puente con su mirada borrosa. Las pantallas zumbaban con el ruido de la estática, y los transmisores de los augures no mostraban ninguna información.

El martilleo se estaba volviendo cada vez más fuerte. Sobre su cabeza, la cúpula de observación crujió. Un gran panel interior se hundió hacia dentro, empujado por algún impacto enorme.

Arvida desenvainó su espada, y unas llamas negras recorrieron el borde de la hoja. Ianius tembló por el pánico y parpadeó bajo los lúmenes de combate intermitentes. Se escucharon más golpes, y el balbuceo de voces sin nombre empezó a filtrarse por el casco dañado.

—¡Es mi pupilo! —dijo un rugido, mezclado con la sustancia de la disformidad—.



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