Tarzán en el centro de la tierra by Edgar Rice Burroughs

Tarzán en el centro de la tierra by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 1929-08-31T23:00:00+00:00


“...y en la entrada de esta se veía a un muchacho, un apuesto y frágil mozalbete de unos diez o doce años sobre el que avanzaba un oso enorme” (Ilustración de Frank Frazetta)

Capítulo X

"Dónde solo un verdadero hombre puede ir"

No se necesitaba el instinto de Sherlock Holmes para saber que Jana estaba furiosa, y Jason no era tan estúpido como para no comprender la causa de su enfado e irritación, que atribuía a la natural humillación femenina, al verse defraudada la muchacha cuando había pensado que sus encantos habían logrado efectuar la conquista del hombre. Gridley juzgaba a Jana a partir de su experiencia femenina con otras mujeres. Él sabía que era bella, y ella también debía saber que lo era. Jana le había contado que en Zoram muchos hombres la deseaban como compañera, e incluso el mismo Gridley la había salvado de las garras de uno de sus perseguidores, que por conseguirla había llegado a arriesgar su vida. Por eso, Jason pensaba que ella debía sentirse segura del hechizo que ejercían sus encantos, a los que debía juzgar irresistibles, enamorando a todos los hombres. Lo que no acababa de entender era por qué ahora se mostraba furiosa al no haberse rendido Gridley a sus encantos. Los dos se habían compenetrado muy bien, y se sentían alegres y cómodos; de hecho, Gridley no recordaba haber estado nunca antes al lado de ninguna otra mujer junto a la que se hubiera sentido con el ánimo tan dulce, tranquilo y sereno. Así, lamentaba que algo hubiera enturbiado su recién nacida amistad, y por ello pensó que lo mejor era no darse por enterado de la causa de su disgusto y continuar a su lado, hasta que se le pasara el enfado. De todas formas, era lo único que podía hacer, pues no iba a dejar que Jana continuara sola su viaje y sin ninguna protección. Cierto que la muchacha no había sido muy amable al llamarle jalok, que aunque Gridley no sabía lo que significaba, sí sabía que era un insulto muy fuerte en la lengua de las gentes de Pellucidar; pero, en cualquier caso, no iba a hacer caso de ello y esperaría a que pasase la tormenta.

En consecuencia, Gridley fue detrás de la muchacha; sin embargo, apenas había dado una docena de pasos, cuando Jana se revolvió como una tigresa y sacó del cinto su cuchillo de sílice.

—¡Te he dicho que sigas tu camino! —gritó furiosa—. No quiero verte más. Si te obstinas en seguirme, te mataré.

—No puedo dejar que te marches sola, Jana —contestó el americano con voz serena.

—La Flor Roja de Zoram no necesita protección de un hombre como tú —respondió ella con altivez.

—Hemos sido buenos amigos, Jana —insistió él en tono conciliador—. Déjame seguir a tu lado, como antes. Yo no tengo la culpa si...

Entonces vaciló y se calló.

—¡A mí no me importa que no me quieras! —dijo ella entonces—. Pero te odio porque tus ojos mienten. A veces mienten los labios, pero eso no nos hace



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