Tarzan De Los Monos by Edgar Rice Burroughs

Tarzan De Los Monos by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs [Burroughs, Edgar Rice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Infantil
publicado: 2011-01-20T21:24:00+00:00


XVI

«De lo más extraordinario»

A varios kilómetros al sur de la cabaña, en la franja arenosa de una playa, dos hombres de edad discutían. Ante ellos se dilataba la inmensidad del Atlántico. A su espalda, el continente negro. Y, casi envolviéndoles, el sombrío perfil ominoso de la selva impenetrable.

Rugían y ululaban las fieras salvajes; sobre los oídos de ambos hombres parecían precipitarse los más espantosos y extraños ruidos. Desorientados, habían recorrido kilómetros y kilómetros, tratando de localizar su campamento, pero sin lograrlo porque siempre avanzaron en dirección equivocada. Se encontraban irremisiblemente perdidos, como si de pronto los hubieran trasladado a otro mundo.

La verdad es que, en aquel momento crucial, hasta la última partícula de sus intelectos, de común acuerdo y combinadamente, debían concentrarse, en la cuestión decisiva, una cuestión de vida o muerte para ellos: encontrar la ruta que les permitiera volver al campamento.

Tenía la palabra Samuel T. Philander:

–Pues, sí, mi querido profesor -argumentaba-, insisto en que, a no ser por el triunfo en España de Isabel y Fernando sobre los árabes, en el siglo XV, el mundo se encontraría hoy mil años más adelantado de lo que está. Los árabes eran un pueblo fundamentalmente tolerante y amplio de miras, un pueblo de agricultores, artesanos y comerciantes, la clase de personas que hacen posible civilizaciones como las que encontramos actualmente en Europa y América, mientras que los españoles…

–¡Bueno, bueno, mi querido señor Philander -le interrumpió el profesor Porter-, precisamente la religión de los árabes eliminaba de raíz las posibilidades que usted sugiere. Los musulmanes eran, son y serán una plaga nefasta para el progreso científico, lo que ha marcado…

–¡Dispense, profesor! – le cortó el señor Philander, que había vuelto la cabeza para mirar hacia la selva-. Parece que alguien se acerca.

El profesor Archimedes Q. Porter miró en la dirección que indicaba su miope interlocutor.

–Venga, venga, señor Philander -reconvino-. ¿Cuántas veces he de aconsejarle que se esfuerce en conseguir la concentración absoluta de sus facultades mentales, único medio que le permitirá alcanzar las más altas cotas de potencia intelectual para aplicarla a los trascendentales problemas con los que, por ley natural, han de enfrentarse las masas encefálicas superiores? Y ahora va usted y perpetra una de las más flagrantes descortesías al interrumpir mi ilustrada alocución para comunicarme la presencia de un simple cuadrúpedo del género Felis. Como iba diciendo, señor…

–¡Por todos los santos, profesor! ¿Un león? – exclamó el señor Philander, al tiempo que forzaba su mirada de corto de vista con ánimo de distinguir mejor la borrosa silueta que se recortaba contra la oscura maleza tropical.

–Sí, sí, señor Philander, ya que se empeña en utilizar términos vulgares en sus parlamentos. Un «león». Pero, como iba diciendo…

–Perdone, profesor -volvió a interrumpirle el señor Philander-, permítame sugerirle que, indudablemente, los árabes vencidos en el siglo xv continuarán en esa lamentable situación, al menos de momento, incluso aunque aplacemos nuestro debate acerca de ese desastre para el mundo hasta haber puesto entre la encantadora visión del Felis camivora y nosotros esa perspectiva saludable que proverbialmente proporciona la distancia.



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