Sublime obsesión by Lloyd C. Douglas

Sublime obsesión by Lloyd C. Douglas

autor:Lloyd C. Douglas [Douglas, Lloyd C.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Filosófico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1929-01-01T00:00:00+00:00


* * *

No hubiese podido escoger un momento más propicio, para hacer su entrada en el famoso establecimiento. De presentarse una hora antes, hubiese sido recibido ruidosamente en la mesa de sus antiguos amigos, agitados y excitados, los cuales, decepcionados al no verle tan ebrio como ellos, habrían empezado a zaherirle con sus pullas.

Como era una velada de gala, el programa estaba más cargado que de costumbre.

El empresario había sido visiblemente generoso con las girls o muchachas del coro, pues durante los entreactos se les permitía alternar con el público y sentarse a las mesas; e iban de un lado para otro de la sala, tarareando el estribillo de una canción popular, mientras en el escenario, bajo la luz de los reflectores, un atlético joven vestido de bandido, con el cuello de la camisa abierto, pantalón de terciopelo y pañuelo de seda al cuello, hacía una demostración de danza.

Bobby esperó junto a la puerta a que el número hubiese terminado. Se encontraba demasiado lejos del escenario para oír unas palabras que el truhán dirigía al público. Supo más tarde que pedía una bailarina voluntaria. Una muchacha rubia y alta, vestida de crespón azul, subió vacilante la escalera del escenario, yendo a parar a los brazos robustos del bailarín, que bailó con ella un desenfrenado fox-trot. Aquella muchacha era Joyce Hudson.

El público animó a la pareja con sus clamores: la orquesta se puso a tocar con renovado ardor y las muchachas del coro retrocedieron para dejarles sitio. Deseoso de ofrecer al público un impresionante final, Aleppo cogió a su pareja y se la cargó sobre los hombros. Había que ser un acróbata consumado para hacer aquello con gracia. Aleppo continuaba cruzando la escena con sus pasos ligeros. Su carga no le pesaba mucho. Joyce se dejaba llevar, aturdida y embriagada, cogiéndose a la cabeza del bailarín, y luego se dejó caer blandamente hacia atrás, mientras él rodeaba sus rodillas con sus brazos musculosos, girando como una peonza, lo mismo que si se tratara de una exhibición ensayada de antemano. Mientras el bailarín la hacía girar por los aires, los cabellos de Joyce se alejaban, rígidos, de su cabeza, y sus brazos se agitaban frenéticamente.

Bobby no recordó más tarde cómo había llegado al escenario. Se abrió paso con los codos a través de la multitud, derribando sillas y empujando mesas. Saltó al escenario e intimó al bailarín a que se detuviera. Su rostro estaba convulso y pálido. Con irónica sonrisa, Aleppo evitó al intruso, y Bobby se precipitó para alcanzarle. En las mesas se generalizó el alboroto; los espectadores, en pie, gritaban y gesticulaban.

Tom Masterson se abrió paso entre la multitud y, subiendo al escenario, cogió a Bobby por una manga.

—¿Qué demonios te pasa? —aulló—. Si Joyce tiene ganas de divertirse un poco con este muchacho, ¿a ti qué te importa?

La orquesta cesó de tocar. Aleppo dejó deslizar a Joyce, que permaneció aturdida en el suelo. Varias girls se inclinaron sobre ella, mientras una de ellas corría a buscar agua.

Aleppo avanzó con un contoneo de pugilista.



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