Sol Largo 1, Nocturno del sol largo by Gene Wolfe

Sol Largo 1, Nocturno del sol largo by Gene Wolfe

autor:Gene Wolfe [Wolfe, Gene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Spanish, ciencia ficción
publicado: 2008-10-25T00:41:19+00:00


8 - El huésped de la alacena

Atravesaban un campo en barbecho cuando el conductor preguntó:

—¿Había viajado en alguna de éstas, Pátera?

Soñoliento, Seda negó con la cabeza antes de advertir que el conductor no lo veía. Bostezó e intentó desperezarse, y el movimiento le provocó un dolor cortante en el brazo derecho y la oprimida carne del pecho y el estómago.

—No, nunca. Pero una vez anduve en barca. Por el lago, ¿sabes?, pescando todo el día con un amigo y su padre. Se parece. Este aparato tuyo es más o menos igual de ancho que la barca y apenas un poco más corto.

—A mí me gusta más esto... Las barcas se balancean demasiado. ¿Adonde vamos, Pátera?

—¿Quieres decir...? —Había vuelto a aparecer el camino (aunque quizás era otro). Pareció que la flotadora juntaba fuerzas como un caballo, y pasó por encima de un tosco muro de piedras.

—¿Dónde tengo que dejarlo? Mosqueta me dijo que lo llevara a la ciudad.

Sintiéndose estúpido de cansancio, luchando contra él, Seda se sentó en el borde del asiento.

—¿No te dijeron?

—No, Pátera.

¿Adonde quería ir? Recordó la casa de su madre y las anchas, profundas ventanas de su cuarto, la borraja que crecía junto al alféizar.

—En mi manteón, por favor. En la calle del Sol. ¿Sabes ir?

—Conozco esa calle, Pátera. Ya la encontraré.

Una carreta llevaba leña al mercado. Inclinándose la flotadora viró en el aire y la carreta quedó atrás. El carretero llegaría al mercado antes que nadie; pero ¿a qué llegar primero al mercado con una carrada de leña? Seguro que leña ya habría, leña que no se había vendido el día anterior. Acaso el carretero quisiera comprar algo después de haberse desprendido de la carga.

—De nuevo va a hacer calor, Pátera.

Era eso, claro. El carretero... Seda se volvió a mirarlo pero ya no estaba; sólo había un niño con una mula, una mula cargada y un niño que él no había visto nunca. El carretero quería evitar el calor. Vendería lo que había llevado y hasta el crepúsculo se sentaría a beber en el Gallo o algún lugar así. En la taberna más fresca que encontrara, sin duda, y se gastaría la mayor parte del dinero de la leña, para hacer el lento camino de vuelta durmiendo en el pescante. ¿Y qué si ahora él, Seda, se dormía en ese amplio asiento tan torturantemente blando? El conductor, la buena flotadora medio mágica, ¿no lo llevarían de todos modos a donde quería ir? Si llegaba a dormirse, ¿aprovecharía el conductor para robarle las dos tarjetas de Sangre, el lanzagujas dorado de Jacinta y eso que aún no se atrevía a mirar, el objeto cuya identidad creía haberse imaginado mientras todavía estaba en esa vitrina de alhajas que Sangre tenía junto a la recepción? ¿No le robarían? Ese hombre del piso de arriba, el hombre sentado en un sillón cerca de la escalera, ¿habría vuelto a su casa? ¿Habría llegado a su casa sano y salvo? En esa flotadora habrán dormido, sin duda, muchos hombres que habían bebido demasiado.

Seda sintió que había bebido demasiado; había bebido de las dos copas.



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