Sirocco de muerte by Elliot Dooley

Sirocco de muerte by Elliot Dooley

autor:Elliot Dooley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 1983-09-07T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

La descarga de los alemanes despertó ecos dormidos en la desolada llanura. El aire los llevó hasta los oídos de Ahmed Ben Olauid cuando éste galopaba en dirección a la misma colina en donde acababa de morir el capitán Carrel.

El indígena permaneció indeciso unos instantes. Luego, recordando que el capitán le había hablado de la necesidad de no despertar sospechas, temió por la vida de su jefe. Obligó al camello a avanzar aprisa hasta la cresta de una duna y desmontó. Entonces continuó a rastras, hasta divisar a los ocupantes de la colina.

Ahmed vio a los alemanes rodeando el cadáver del capitán. No necesitó ver más para comprender lo que había ocurrido.

—¡Le han matado! Y, si me ven, harán lo mismo conmigo.

Su poderoso instinto de conservación le hizo deslizarse hacia atrás hasta volver al lugar donde había dejado su carne lió. Allí permaneció inmóvil un buen rato. El tiempo que los alemanes tardaron en dar sepultura al capitán Carrel y en volver a subir al vehículo.

Ahmed oyó el ruido del motor al alejarse el coche de aquellos parajes. Siguió sin moverse hasta que todo quedó en silencio. Luego, adoptando las mismas precauciones que antes, volvió a arrastrarse hasta la cresta de la duna para cerciorarse de que no quedaba ningún alemán en la colina.

Con un silbido. Ahmed llamó al camello. El animal se le acercó mansamente y se arrodilló ante él. El indígena montó en la silla y, dando una palmada en el cuello del animal, le hizo ponerse en pie. Se dirigió hacia el montón de piedras que señalaban el lugar donde se encontraba la tumba del capitán Carrel. Ahmed la miró en silencio durante unos instantes y luego murmuró:

—Ha sido la voluntad de Alá, sidi. ¡Que puedas gozar de su eterno descanso!

Luego, el indígena obligó al camello a dar un amplio rodeo para dirigirse al fuerte por otro camino que el que había utilizado para salir de él. No quería tener tropiezos con aquella patrulla alemana. Y pensando acerca de lo ocurrido, se dio cuenta de que los oficiales franceses, los subordinados de su teniente coronel De Lasson, tenían necesidad de saber que los alemanes estaban cerca del fuerte.

Vigilándoles…

Ahmed Ben Olauid tardó dos horas en regresar al fuerte. Cuando entró en él no extrañó a nadie su presencia. El sargento de guardia estaba preocupado por la tardanza del capitán Carrel. Le preguntó por él.

—¿Le has visto?

—Sí.

—¿Tardará aún en volver?

—Sidi Carrel no volverá nunca.

El teniente Cloquet, a quien Plessis acababa de informar de la salida del capitán Carrel, al oír estas palabras inquirió:

—¿Cómo lo sabes? ¡Explícate!

Ahmed le contó cuanto había visto desde la cresta de la duna. Las caras demudadas del teniente y de Plessis le demostraron que había estado en lo cierto al regresar al fuerte para avisarles de la muerte del capitán.

—No comente esto con nadie, sargento —ordenó Cloquet.

Luego, volviéndose al indígena, añadió:

—Acompáñame. Tienes que informar al capitán Brabant de lo ocurrido.

Ahmed inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Muerto Carrel, sus nuevos jefes eran ahora el teniente Cloquet y el comandante del fuerte.



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