Silencio, morgue by David Alexander

Silencio, morgue by David Alexander

autor:David Alexander [Alexander, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1956-12-31T16:00:00+00:00


9

Su breve sueño fué turbado por pesadillas en las que una cerda decorada llamada Luisa, hacía piruetas y cabriolas obscenas. Luisa lo miraba y le hacía burlas con su boca pintada y sonriente, guiñaba sus ojos de largas pestañas, y sacudía el gordo trasero en forma tan sugestiva como una bailarina barata. En sus sueños Hardin la deseaba y trataba de tomarla, pero siempre se le escapaba, como los cerdos enjabonados de los picnics. Su subconsciente estaba sobreestimulado por el alcohol y el rápido desarrollo de los acontecimientos de la tarde anterior. A veces, mientras deseaba a Luisa en sus sueños, su cuerpo se convulsionaba violentamente, en una especie de espasmo muscular, y despertaba cubierto de traspiración.

Hardin sabía, casi con seguridad, que Luisa, quienquiera que fuese, era el motivo de la muerte de Beecher. Si pudiese encontrarla, sabía que podría encontrar a la persona que lo había matado. En uno de sus espasmódicos despertares, luego de un sueño en el que Luisa lo condujera por un paisaje de cerámica destruida y donde unas gigantescas figuras de Atlas aparecían como monumentos de una civilización olvidada, Hardin pensó que tendría que encontrar al asesino antes de que pasase otro día. Ésa sería la única manera de ocultar la relación de Carolyn Williams con el crimen ante el público. Ésa sería la única manera de evitar que el hombre con cara de perro triste lo arrestase.

Pero primero tenía que encontrar a Luisa, y Luisa era muy difícil de atrapar. No creía que Betsy Fairbanks le hubiese dicho la verdad. No creía que Luisa fuese el sobrenombre de un cerdito de cerámica.

Sus sueños hubieran sido más inquietos de haber sabido que Turley no estaba espiando al otro lado de su ventana.

A las cinco de una lluviosa mañana de abril, Turley estaba sentado en el borde de una cama arrumbada en su pequeño departamento de soltero en una calle poco frecuentada del barrio oeste. En su mano izquierda tenía un teléfono y el zumbido de la campanilla producía un cosquilleo en su oído. Cerca de su mano derecha, había una botella semivacía de un barato whisky de centeno.

Turley estaba desvestido, salvo un pantaloncito de boxeo que apenas lo cubría y que dejaba ver un pedazo de su vientre. Su torso chato y pesado estaba cubierto de vello. Éste era más espeso sobre su pecho y describía pequeños remolinos sobre su estómago y hasta trepaba por sobre sus hombros anormalmente desarrollado. Aun en la penumbra del pequeño dormitorio, era fácil ver que Turley tenía una barba espesa que necesitaba una afeitada urgente. Pequeñas cerdas como patillas oscuras cubrían su mentón, cuello y mejillas. Pero nadie estaba allí para verlo. Turley vivía solo. Cuando estaba ocupado en un caso, Turley quería trabajar solo. Rara vez cenaba con otra persona. Ni siquiera saludaba a la camarera o a los casuales patrones de los restaurantes baratos que frecuentaba. Turley era un hombre muy solitario.

Tenía talento para esconderse. Muchas veces los jefes principales lo pedían prestado a su cuartelillo cuando había un trabajo difícil para seguir a alguien.



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