Siete cuentos histoóricos y siete que no lo son by Ángeles de Irisarri

Siete cuentos histoóricos y siete que no lo son by Ángeles de Irisarri

autor:Ángeles de Irisarri
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Histórico, Juvenil
publicado: 1995-10-19T22:00:00+00:00


A la mañana siguiente, ya más serena y con el camino expedito, anduvo sin rumbo y sin otro norte que Avril, fijándose en los nombres de las calles y en la gente. Tenía que encontrar el distrito 15 y la calle des Favorites. Caminaba absolutamente perdida, aunque sabía que había dejado atrás la Iglesia de San Germán, donde siempre encontraría cobijo, como en la noche anterior que tan bien le vino cuando la perseguía el judío. Porque judío era, y de los hebreos le había contado Casia, y había oído otras historias, que resultaban muy peligrosos para las damas y doncellas solitarias, pues les sacaban las mantecas y el corazón. y perpetraban con ellas actos impuros. A más de uno habían quemado en la Plaza del Mercado, lo recuerda perfectamente, y también el dicho napolitano: de los judíos y la ira de Vulcano nos libre Dios... Había tenido buen tiento al refugiarse en la iglesia, pues aunque estuviera cerrada al culto, un hebreo nunca hubiera osado buscarla en no lugar que fue sagrado.

De muchas de las cosas que le sucedieran la noche anterior, tenía la culpa ella, porque no había definido bien ni asumido su invisibilidad, que estaba más que demostrada; de otra forma, los seres vivientes tratarían de evitarle en su camino y no la llevarían a empellones... Pero no andaba del todo convencida de su invisibilidad, pues allí estaban los dos fieros perros y el judío. Cierto que todo podían ser imaginaciones suyas. La mente imaginativa de Madamma Lisa que se había destapado y veía peligros por doquiera.

Pero no recuerda que la mente de la verdadera doña Lisa fuera precisamente fabuladora ni dada al cuento, pues no atendía ni entraba a considerar las historias y proyectos de los ingenios voladores que le presentaba y le explicaba el maestro Leonardo, ni a lo que le hablaba de la naturaleza ni de las ciencias, ni se maravillaba ante el asombroso ingenio del pintor. La verdadera Lisa se limitaba a sonreír y, recatada, se tapaba la boca con el velo.

Muy contraria era la actitud de la Lisa Pintada, de ella, de la mujer vestida de época que va recorriendo las calles de París, que prestaba toda su atención y gustaba de las lecciones del maestro, y de grado lo hubiera ayudado con sus pretendidos ingenios.

Y, naturalmente, ante estas posiciones encontradas de la Elisabetta que vivió y murió en el mil quinientos y la que recorre el Boulevar Saint Germain, cautelosa ante judíos y fieras carniceras, existe tal abismo que la andarina no sabe quién es, si la verdadera Monna Lisa Cherardini del Giocondo, resucitada, o su representación, es decir la mujer del retrato simplemente. Lo que tiene muy claro es que simple no es y que una representación no tiene vida propia, ni puede sacar las manos del cuadro ni menos bajarse de él, provocar una catástrofe, y echarse a correr. Un cuadro, una representación, tenía la vida que los demás le quisieran dar, como le había sucedido a ella desde su llegada a París y cuando, arrobado, la contemplaba su autor.



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