Serás mi amante by Eleanor Rigby

Serás mi amante by Eleanor Rigby

autor:Eleanor Rigby [Rigby, Eleanor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-04-30T16:00:00+00:00


Capítulo 17

Mi querido Hunter:

Me complacería que te reunieras conmigo en el hotel Astori a las cinco, antes de la hora de la cena. Nuestro acercamiento del otro día me llenó de esperanza.

Sra. Acton

Rachel asintió cuando Frances le mostró la nota de la citación.

—A mí me suena creíble. Y no se nota que es tu letra. Aunque, por otro lado —arrugó el ceño— tampoco sabemos si podría ser la de la señora Acton.

—Confiemos en que nunca le ha escrito una nota, y si lo ha hecho no estaba lo bastante sobrio para grabar en su memoria el estilo de su caligrafía. ¿Higgins? —llamó al lacayo. Este se personó de inmediato, con el pelo perfectamente peinado hacia atrás y el pecho hinchado como un pollo—. Lleve esto al número once de Park Lane. No diga bajo ningún concepto que lo envía lady Frances, y quítese la librea.

Cuando el lacayo hubo desaparecido, feliz de recibir su primer recado clandestino, Frances se topó con la mirada escudriñadora de Rachel.

—¿Cómo sabes dónde vive? ¿Has ido a… visitarlo? —musitó.

—Todo el mundo sabe dónde vive Wilborough, Rach. ¿No has oído los chistes que se hacen? Se dice que uno puede reconocer una propiedad del marqués en base a la cantidad de cobradores que se amontonan en la puerta.

Rachel aguantó una risilla.

—La gente es de lo más ocurrente cuando se trata de avergonzar a alguien que no es santo de su devoción. Me pregunto qué dirán de mí.

—¿Qué podrían decir de ti, si eres perfecta? —Le dio un codazo.

—¿Y ahora? —preguntó, turbada—. ¿Nos sentamos a esperar hasta las cinco menos veinte?

Frances movió la cabeza en sentido afirmativo y esperó a que su hermana, casi tan nerviosa como ella por lo que podría resultar de la treta, tomaba asiento junto al bordado ya terminado. Se vio reflejada en la tensión de Rachel, en cómo tamborileó los dedos sobre la mesilla en la que descansaba la tetera humeante; en los sucesivos y precipitados sorbos que dio a la taza aun cuando quemaba. Ella trataba de mantener la calma, pero por dentro estaban causando estragos los nervios y el miedo.

Le habría gustado decir que estaba convencida de que Wilborough la defraudaría; que estaba preparada para verlo llegar al hotel, sonreír con suficiencia y demostrar su punto, algo que le serviría para disuadirlo de continuar un cortejo aún no iniciado. Pero en el fondo sospechaba que no podría disimular su decepción.

Unos minutos antes de que tuviera que enfilar al hotel Astori, Florence apareció bajando las escaleras con una sonrisa presumida en los labios. Descendía tan lento que cualquiera diría que pretendía que el mundo entero detuviera sus órbitas para que todos pudieran admirarla. Llevaba un batín ceñido a la cintura con solo el camisón debajo.

—¡Flo! —exclamó Frances, acudiendo al pie de la escalera—. ¿Cómo te encuentras?

—Maravillosamente. —Se inclinó hacia ella para contarle, en tono confidencial—: ¿Te has enterado? Soy una mujer histérica.

—Eso me han dicho.

—No sé si sabes que, ahora que padezco histeria femenina, la enfermedad del útero ardiente, no tendré que asistir a las veladas que puedan provocarme una crisis.



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