Sefarad by Antonio Muñoz Molina

Sefarad by Antonio Muñoz Molina

autor:Antonio Muñoz Molina [Muñoz Molina, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T05:00:00+00:00


Cerbère

La carta de la embajada alemana debió de llegar cuando llevábamos menos de un año en la casa nueva. Me fijé en el matasellos y tenía fecha de varios meses atrás, y la dirección que ponía en el sobre era la antigua, la de aquella corrala del barrio de las Ventas en la que yo había nacido justo cuando estalló la guerra, y donde vi por última vez a mi padre, justo el día antes de que los nacionales entraran en Madrid, aunque yo era demasiado pequeña para que me quede ningún recuerdo. La carta había estado mucho tiempo yendo de un sitio a otro, y el cartero que me la dio me dijo que le había costado mucho encontrarnos, porque entonces en el barrio todo era nuevo y muchas calles aún no tenían nombre, y a veces ni siquiera había calles, nada más que descampados que se volvían barrizales en cuanto llovía un poco. Ahora vas al barrio y parece mentira, todo tan ordenado, tan acabado, y los árboles tan altos, como si los hubieran plantado hace mucho más tiempo, pero entonces, cuando nosotros llegamos, los árboles eran tan raros como las farolas, y los primeros bloques de viviendas estaban muy lejos los unos de los otros, separados por terraplenes y solares vacíos, y el campo estaba a un paso. Había trigales y huertas y pasaban rebaños de ovejas, y al fondo se veía Madrid, que me parecía ahora más bonito que nunca, con aquellos edificios altos y blancos, como una capital extranjera de las que salían en el cine. La gente decía, burlándose, os habéis ido a vivir a las afueras, pero a mí eso no me importaba, hasta lo prefería, me gustaba asomarme a la terraza de mi piso nuevo y ver Madrid a lo lejos, y llegar a Madrid en la Vespa nueva de mi marido, abrazándome a su cintura, como si viajara a otra ciudad. Por primera vez teníamos habitaciones ventiladas y cuarto de baño, y agua fría y caliente, y en cuanto me quedé embarazada mi marido trajo a casa una lavadora, y al poco tiempo se sacó el carnet de conducir, que a mí entonces me parecía casi más que si hubiera sacado una carrera. Una mañana escuché una bocina, me asomé a la terraza y delante de la casa había un coche nuevo, un Dauphine azul claro, y era mi marido el que lo conducía. Había pagado la entrada y ya se lo habían dado, igual que nos dieron el piso y la lavadora nada más pagar la entrada, y a mí esa palabra, la entrada, me daba miedo y también me gustaba mucho, y todavía me parece una palabra muy bonita si me paro a pensarlo, porque la sensación que teníamos era de estar entrando en una vida nueva, igual que habíamos entrado en el piso nuevo y olía a yeso fresco, y cuando entré en el coche por primera vez también olía a algo parecido, a una cosa nueva y



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