Sal en la piel by Suzanne Desrochers

Sal en la piel by Suzanne Desrochers

autor:Suzanne Desrochers
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico
publicado: 2011-08-09T22:00:00+00:00


Una vez que llegan al lugar en lo alto de la colina donde está clavada la cruz, el sacerdote jesuita y una de las religiosas de la Congregación de Notre-Dame —el grupo que albergará a las filles à marier— empiezan a cantar el familiar tedeum. Laure no puede imaginar a nadie que no sea una loca cantando un tedeum al aire libre en París. Este es un himno que pertenece al interior de la pesada piedra de las iglesias, un canto ritual que cantan las muchachas confinadas en hospitales. Apiñados como habían estado durante semanas a bordo del barco, cuando los pasajeros se juntaban a rezar por llegar sanos y salvos a su destino, parecía natural emplear este canto. Pero ahora ¡suena tan extraño cantar el tedeum asomados a esa colina en Ville-Marie, donde por debajo de ellos no hay nada más que la luz del sol y un territorio inmenso y vacío del más oscuro color verde...! ¿Cómo puede Dios siquiera llegar a encontrarles en ese lugar para oír su canto?

Te Martyrum candidatus laudat exercitus. Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia. Las voces de los colonos de Ville-Marie son fuertes y no se parecen en nada a los débiles esfuerzos de los bons pauvres de la Salpêtrière. Sin embargo, pese al tono victorioso con que entonan el triste canto, sus voces se ven casi sofocadas por el gorjeo de los pájaros del bosque que les rodean por todas partes.

Una vez completada la ceremonia, Laure se acerca a un grupo para preguntar dónde está el hospital. Más adelante, al recordar este momento, Laure deseará haber escogido a otra persona a la que dirigirse. El hombre al que se acerca es rechoncho y de ojos pequeños. Va tan mal vestido como todos los demás. Su robusta sencillez le hace pensar que es inofensivo. Está de pie hablando y parece sorprenderse al ver a Laure dirigirse hacia él. Con un aire de importancia en el rostro, se excusa para separarse de los otros. Por unos instantes permanece de pie junto a Laure, con las manos en las caderas, contemplando el asentamiento que se extiende abajo como si todo el paisaje le perteneciera.

Se presenta como Mathurin, un soldado del Carignan-Salières al que recientemente se ha concedido una extensión de tierra más allá del asentamiento. Le dice que ha construido una hermosa casa en sus tierras. Laure ignora esa información y le pregunta dónde está el Hôtel-Dieu. El hombre le responde que la acompañará hasta allí, pero insiste en cogerla del brazo. La hermana de la congregación asiente con la cabeza mirando hacia él, lo que indica a Laure que al menos es de fiar.

—Incluso en las distancias cortas una mujer que anda sola tiene que ir con cuidado —le dice, mientras empiezan a descender de nuevo por la empinada pendiente hacia el río—. Los salvajes son más rápidos que los lobos y pueden capturarla en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Más rápidos que los lobos?

Laure empieza a cansarse del modo en que los hombres exageran para impresionar a las mujeres.



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