Rombo by Esther Kinsky

Rombo by Esther Kinsky

autor:Esther Kinsky [Esther Kinsky]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788418838729
editor: Periférica
publicado: 2023-04-26T05:00:00+00:00


TONI

Muchos del pueblo se marcharon a trabajar fuera. Los demás niños recibían regalos del extranjero y algunos se mudaron con su madre adonde estaba su padre, a Alemania o Suiza. Algunos tenían parientes en Estados Unidos o Argentina. Un primo de mi padre, Luigi, volvió con sus hijos, sin la mujer. Esa alemana, la llamaba mi padre. A esa alemana se la olvidó arriba. Sus hijos no hablaban nuestro idioma, pero habían aprendido italiano. En las peleas enseguida se liaban a puñetazos. Esa chica es un animal salvaje, dijo mi madre cuando vio cómo pegaba al hermano. De Alemania nunca hablaban, sólo de Mantua, donde habían vivido antes. Allí su padre había construido un tiovivo enorme, contaban, uno gigante con coches en forma de cohete que, a medida que giraban, iban subiendo más y más, hasta rebasar los campanarios. No los creí, pero tampoco se lo dije. Al acabarse la construcción del carrusel, vinieron a nuestro valle. Mi padre tenía un buen trabajo en la fábrica; estaba contento. Me da igual hacer lo mismo todos los días, decía. Pero yo siempre quise irme, no sé por qué. Lo principal era irme, aunque no quería marcharme a Alemania. Mi padre era comunista, igual que mi abuelo, y, al lado de la ventana, teníamos un cuadro de vidrio grabado que mostraba una ciudad con torres con cúpulas en forma de cebolla. Esto es Moscú, le explicaba mi padre a todo el mundo. Allí bailábamos. Mi padre estaba en un grupo de danzas regionales. La gente nos jaleaba, solía decir mi padre cuando salía el tema del viaje a Rusia. Nos aplaudían más que a nadie. A mí me habría gustado ir a Rusia, pero no porque mi padre hubiera estado allí. Había visto fotos de Moscú en la escuela: nuestro maestro tenía un libro grande con imágenes de edificios enormes y anchas avenidas que nos pasaba de uno en uno para que lo hojeáramos. El ruso no es difícil, decía. Cualquiera que hable nuestro idioma aprende el ruso enseguida. Algunas fotos de Moscú estaban tomadas desde el aire o al menos desde una gran altura. Casas, casas hasta el horizonte: ni una sola montaña. Una vez, estando Luigi en nuestra casa y con todos sentados a la mesa, dije: Quiero ir a Rusia. Entonces tienes que apuntarte al grupo de danzas regionales, exclamó mi padre enseguida, y Luigi soltó una carcajada. Allí no ganarás nada, chico, dijo, allí tendrás que llevar dinero. Todos se rieron. Mi madre fue la única en apoyarme.

Aun así, Moscú siguió siendo mi meta. El cuadro de vidrio grabado de Rusia se rompió en el terremoto. Lo recuerdo bien. Al día siguiente entramos en casa para ver lo que podía salvarse, y ahí estaba el cuadro partido en dos: la ventana se había roto en mil pedazos. La cadenita sujeta al marco de plomo seguía sujetando el cuadro. Todavía tiene arreglo, dije, pero mi padre se enfadó y me lo arrancó de las manos. Más adelante, de hecho,



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