Hotel de las musas by Ann Kidd Taylor

Hotel de las musas by Ann Kidd Taylor

autor:Ann Kidd Taylor
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2018-09-05T23:15:50+00:00


Aquella misma noche, después de que me quedara dormida en el sofá ante las noticias de las once, Robin entró en el salón y dejó caer las llaves en la mesita, despertándome. Levanté la cabeza del cojín y entrecerré los ojos para protegerlos de la luz intensa del televisor.

—Hola —logré decir.

—Perdón. No te había visto.

Me senté y me froté la nuca; se me había quedado rígida por haberla tenido apoyada sobre aquel cojín tan alto.

—Me voy a la cama.

—Espera un momento —dijo Robin.

Encendió una lámpara y apagó el televisor.

—¿Tú y Daniel? Esto es un notición. ¡Y los dos sin decir palabra!

—Lo sé. Había muchas cosas que solucionar, y no queríamos decir nada muy pronto por Hazel…, por si no salía bien.

—Pues me alegro de que haya salido bien —replicó Robin, claramente satisfecho.

Se acercó al fregadero de la cocina y llenó un vaso de agua. Me levanté del sofá.

—¿Puedes esperar un poco? Tengo que hablar contigo.

Bebió un trago de agua y dejó el vaso en la encimera antes de girarse hacia mí. Me dejé caer de nuevo en el sofá y vi que él seguía sin decir nada, como si se estuviese armando de valor.

—¿Qué pasa?

—Perri no puede saberlo, ¿entendido? Tienes que prometerme que no le dirás nada.

—Dios mío, Robin. ¿Te has metido en algún problema?

—No. Pero gracias por tu voto de confianza.

En el pasado, siempre que nuestras conversaciones empezaban con un: «No se lo digas a Perri», significaba que Robin se había metido en algún problemilla: tiques de aparcamiento sin pagar, una borrachera, un jefe enojado con él, una pequeña deuda de juego.

—Lo siento —dije.

Y lo sentía de verdad. No se merecía aquel exabrupto por mi parte. Durante los últimos años se había comportado. Lo miré con cara de arrepentimiento.

Robin se acercó, se sentó a mi lado y permaneció unos instantes en silencio. El reflejo de nuestra imagen nos observaba desde las puertas correderas de cristal y pensé en lo mayores que se nos veía allí sentados. Gemelos de treinta años de edad. Tan parecidos. Tan distintos.

—Voy a dejar mi puesto en el hotel —anunció.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio?

—Llevaba un tiempo pensándolo, unos meses, y luego, cuando me dijeron que aceptaban la novela, lo tomé como una señal. Sabía que, si no aprovechaba justo aquel momento, nunca me marcharía de aquí.

—¿Y piensas dedicarte a tiempo completo a la escritura?

—Ese es el plan. Nunca me planteé gestionar un hotel, lo sabes bien.

—Sí, lo sé, pero…

Iba a recordarle los aspectos prácticos, por ejemplo, cómo pensaba mantenerse. Me interrumpí, pero él ya se había puesto a la defensiva.

—¿Pero qué? ¿Por qué siempre tiene que haber un «pero»? ¿Por qué no puedes simplemente decir: «Hey, Robin, me parece estupendo, ve a por ello»? No tienes ni idea de lo que se siente trabajando a diario en algo en lo que no quieres trabajar. Te consume por dentro. No todos podemos pasarnos el día viajando por el mundo gracias a nuestro trabajo, Maeve. Los hay que estamos atrapados aquí y no podemos movernos.

Cerró los ojos



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