Generación Uno (Los nuevos legados de Lorien 1) by Pittacus Lore

Generación Uno (Los nuevos legados de Lorien 1) by Pittacus Lore

autor:Pittacus Lore [Pittacus Lore]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788427214002
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2018-02-28T00:00:00+00:00


Se alinearon a lo largo del límite del bosque. Kopano estaba entre Nicolas y uno de los duplicados de Caleb. Contando los clones, formaban un grupo de doce, listo para la batalla. Eran el primer equipo en tomar posiciones.

—Iremos directos a la cabaña —decidió Lofton—. Cargaos todo lo que se interponga en nuestro camino. Así de fácil.

Todos asintieron. Kopano se frotó las manos y se concentró. Trató de identificar esa sensación de pesadez de la que le había hablado el doctor Goode, pero se sentía dramáticamente normal. Sin embargo, estaba seguro de que su legado se activaría cuando lo necesitara. Como siempre.

El profesor Nueve hizo sonar un silbato y todos echaron a correr.

El equipo de Lofton se adentró en el bosque. Durante los primeros cien metros, no vieron ni rastro de los soldados. El bosque empezó a espesarse y tuvieron que serpentear entre los árboles. Kopano sintió un cosquilleo en el estómago: estaba en una misión, ¡persiguiendo un objetivo! Ese era justo el tipo de experiencia que tanto había esperado.

La cabaña no tardó en aparecer ante sus ojos, parcialmente visible a través de un velo de follaje de un verde intenso. Kopano percibió movimiento al otro lado de las ventanas, pero no tuvo la oportunidad de examinarlo más de cerca.

—¡Hostiles! —gritó Caleb, y sus seis clones gritaron a coro lo mismo al cabo de un instante.

Tres soldados aparecieron de detrás de los árboles. El grupo de Kopano se detuvo en seco cuando aún estaba a una distancia prudencial de sus oponentes. Cada uno de los cascos azules llevaba lo que parecía una escopeta tradicional.

—¡Cargáoslos! —gritó Lofton. Las afiladas espinas que podía hacer crecer en su piel le atravesaron la camiseta. Se arrancó unas cuantas y se las arrojó al enemigo.

Los soldados se lanzaron a un lado en busca de refugio mientras oían silbar los dardos de Lofton alrededor. Pero antes habían disparado sus armas. Kopano extendió las manos y creó una barrera con su telequinesia. Sus compañeros hicieron lo mismo. Para eso los habían entrenado: ninguno podía detener balas por sí solo (al menos aún no), pero juntos eran lo bastante fuertes como para reducir al mínimo la velocidad de cualquier proyectil.

El nigeriano frunció el ceño. Se había esperado perdigones o bolas de goma como las que el profesor Nueve había empleado con él esa mañana, pero lo que había suspendido en el aire era algo muy distinto. Cada una de las escopetas había disparado una esfera metálica de la medida de una pelota. Brillaban y soltaban un pitido de una intensidad creciente.

Una intensidad creciente.

—¡Explosivos! —gritó Caleb. En ese instante, Kopano recordó que su compañero de habitación era lo que los yanquis llamaban un «hijo de militar». Probablemente tenía experiencia con las tácticas y los ejercicios militares como ese.

Tal vez deberían haberlo planeado mejor, pero la bravuconería de Lofton había sido contagiosa y ahora ya era demasiado tarde.

Las esferas reventaron con un siseo agudo. Cada una descargó una nube de un gas anaranjado. La garganta de Kopano enseguida se secó y los ojos empezaron a escocerle.



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