Rituales de sangre by Alejandro Soifer

Rituales de sangre by Alejandro Soifer

autor:Alejandro Soifer
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2014-09-04T22:00:00+00:00


B”H

Para que le des un buen uso.

Alguien que quiere ayudarte.

Eso era todo lo que decía. ¿Quién podría querer ayudarla estando ahí adentro? ¿Por qué un teléfono podía ayudarla?

Tomó el aparato, le dio vuelta, lo observó en detalle. Era un teléfono moderno, nunca había tenido en sus manos uno parecido pero era un modelo popular entre los rabinos jóvenes de Tikvá.

No tenía a nadie a quien llamar tampoco. Hasta que pensó en Sebastián. Era el único que conocía por fuera de la organización de su padre. ¿Y si esto era una prueba? ¿Si le habían dejado la tentación de escapar, de llamar al frei solo para comprobar que pese a las charlas con el rabino, pese a su aparente obediencia, seguía tentada de violar los preceptos y vivir una vida cada vez más alejada de Tikvá Zhitomir? Pero tampoco tenía el teléfono del chico allí con ella. ¿A quién podría llamar?

Decidió guardarlo de nuevo en la caja hasta decidir qué hacer con él. Colocó con delicadeza el aparato y la carta en su caja contenedora y la escondió debajo de la cama. No iba a arriesgarse por nada.

La jornada pasó con la bucólica y aburrida calma en la que transcurrían todos los días en el Internado.

El jueves amaneció fastidiada, decidida a intentar algo para cambiar la situación. Sí, podía estar equivocada e incluso era probable que cayera en una trampa que le habrían tendido sin ninguna sutileza, pero tenía que intentarlo. Se agachó al lado de la cama, sacó la caja, la abrió, tomó el teléfono con manos temblorosas y lo prendió. No tardó mucho en aprender a usarlo, era bastante instintivo. Inspeccionó las opciones que tenía, redes sociales, no sabía cómo se usaban ni le interesaba y además el teléfono no estaba conectado a internet. Le hubiera gustado conocer, pero estaba prohibido perder el tiempo en algo tan mundano y lleno de pornografía y otras inmundicias. Abrió la agenda de teléfonos, aburrida, buscando algo para hacer con ese pedazo de piedra sin utilidad. Casi dio un salto cuando vio que había una entrada en la agenda: “Sebastián Rojtman” decía y tenía el número cargado. ¿Podría haberse enterado él de lo que le pasaba y le había hecho llegar el aparato para poder comunicarse con ella?

Apretó un botón y escuchó el tono de marcado. Encerrada en ese cuarto diminuto, sintiendo que el aire se volvía más pesado, intentando que nada de lo que hablara traspasara la delgada puerta de entrada donde afuera estaba sentada una de sus guardiacárceles, esperó tres tonos hasta que atendieron.

Era una mujer. Se asustó, cortó. Debía haberse ligado la línea. Volvió a llamar. La misma mujer la atendió.

—¿Sebastián?

—Un momento.

Atendió el frei.

—¿Quién es?

—Sheila.

Hubo un breve silencio del otro lado de la línea, como si Sebastián hubiera tenido que hacer memoria acerca de quién era ella.

—Por fin llamás —dijo— estaba preocupado.

—Gracias por el regalo —susurró Sheila.

Hubo un silencio.

—¿De qué hablás?

—Del teléfono desde el cual te estoy llamando. ¿Cómo hiciste para hacérmelo llegar? ¿Cómo sabías que estoy encerrada en el



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