Rey Blanco by Juan Gómez-Jurado

Rey Blanco by Juan Gómez-Jurado

autor:Juan Gómez-Jurado [Gómez-Jurado, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-05T00:00:00+00:00


2

Una dirección

Jon consigue vestirse en un tiempo récord, y alcanzar el coche cuando Antonia aún está acabando de atarse las deportivas. Demasiado tarde. Ya se ha hecho con el volante. Y Jon ha sido lo bastante idiota como para dejar las llaves puestas.

—Conduciré con cuidado —le promete Antonia, con seriedad, al verle allí, plantado, probablemente decidiendo si la saca a rastras o no.

—¿Respetando el límite de velocidad? —precisa Jon, porque no es lo mismo.

—Respetando el límite de velocidad.

Jon la cree. Contra todo raciocinio. Inmediatamente. Se da cuenta, de forma extrañamente lúcida —mientras rodea el coche, abre la puerta del copiloto, se abrocha el cinturón— de que sus conexiones cerebrales se han ido recableando para confiar ciegamente en Antonia Scott. De la misma forma que su cuerpo lo ha hecho para protegerla. Parte de él rechaza, no sin motivo, ese servilismo incondicional. No sin motivo, pero tampoco con madurez. Hay algo infantil, minúsculo y egoísta, en rechazar el propio propósito.

Cierra la puerta del coche con fuerza para alejar ese pensamiento.

—¿No ha habido un segundo mensaje? —dice Jon, señalando el móvil de Antonia, que ha colocado en el salpicadero.

Para Jon, la pregunta más importante. Con el primero de los encargos de White, habían recibido una dirección de un lugar donde se había cometido un crimen con el primer mensaje, y un margen de tiempo con el segundo: seis horas.

Preguntar por un segundo mensaje es preguntar cuánto le queda.

Es posible que haya dos clases de personas en el mundo. Los que quieren saber con exactitud la hora de su muerte, y se sentirían exasperados por la necesidad de saber. Con un buen chuletón en el cuerpo, un par de cervezas y dando una palmada en la mesa, el inspector Gutiérrez hubiera respondido, sin dudar un momento, que pertenecía a esa primera categoría. De sus cien kilos de peso, noventa y ocho son de chicarrón del norte. De bañarse en pelotas en la ría en pleno invierno, levantar piedras y partirle el alma a cualquiera que se le ocurra mentarle a la amatxo.

Pero.

A lo mejor, un dos por ciento, acurrucado en la cama con el relajo postcoital, se pensaría dos veces esa afirmación. Pensaría que es mejor no saber, desmintiendo al chicarrón del norte.

—Solo el primer mensaje —responde Antonia, arrancando el coche.

Jon descubre que no tener que poner una cuenta atrás, no ver los numeritos haciéndose cada vez más pequeños, le produce un considerable alivio.

Tener una bomba atornillada bajo la piel es fantástico para el descubrimiento interior, piensa Jon, anotando mentalmente que debe expresarle su agradecimiento al señor White a la primera ocasión que se le presente.

De todas formas —que Bilbao es Bilbao, y los polis son polis—, el que contesta es el chicarrón del norte, exasperado.

—Pues qué bien. ¿Sabemos al menos ya qué es lo que tenemos?

—No, aún no. Mentor está en ello. Pero cuando lo averigüe, quiero llevar la delantera.

Hay algo en la manera que ha tenido de pronunciar esa frase que le chirría a Jon.

No por sí solo, sino porque vibra en la misma frecuencia que la conversación que tuvo al teléfono con White.



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