Rendidos a la tentación by Robyn Donald

Rendidos a la tentación by Robyn Donald

autor:Robyn Donald
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2003-09-07T22:00:00+00:00


Capítulo 7

SI HAWKE hubiera hecho el mínimo gesto de triunfo, Morna habría renegado de su admisión de derrota, pero él debía de saberlo, pues no cambió de expresión.

–No me debes nada. ¿Quieres llevarte algo de ropa?

Ella asintió rápidamente y entró en la cabaña, pasando ante él como si no existiera. Fue al dormitorio y metió una camiseta larga y lo primero que encontró en una mochila; luego llenó el neceser.

Antes de salir, echó una ojeada al espejo. No se había herido en el accidente pero tenía un aspecto extraño: blanca como la leche, enormes ojos oscuros y una boca que temblaba bajo la pálida luz de la bombilla.

Volvió a la sala de la cabaña. Hawke alzó la cabeza de la mesa y ella comprendió que había estado mirando sus diseños. Antes debía de haber analizado la pequeña habitación con asombro; posiblemente nunca hubiera estado en un entorno tan cutre. Pero ella no estaba dispuesta a avergonzarse de su casa.

–Estoy lista –anunció, con desafío.

–Son fantásticos –comentó él. Aunque era un estupidez sentirse tan halagada por su alabanza, no pudo evitar ruborizarse de placer.

–Gracias –le dijo, con tanta compostura como pudo.

La casa de Hawke era lo opuesto a la informalidad destartalada de la cabaña. Estaba a unos pasos de la playa, de cara al sol, rodeada por un jardín vallado en el que abundaban las palmeras de hojas redondeadas.

El interior de la casa, diseñado por el mismo decorador que había convertido el complejo vacacional en un éxito, era un alarde de buen gusto que consiguió relajar la tensión que Morna sentía en el estómago. Agotada, controló un bostezo mientras seguía a Hawke.

–Este es el dormitorio de invitados –dijo él, abriendo la puerta de una habitación decorada con pacíficos tonos arena, crema y madera–. La cama está hecha –añadió, cuando la vio contemplar la cama de matrimonio que dominaba la habitación.

Ella pensó que debía de tenerla siempre a punto, por si podía entrar en acción, pero se guardó el cáustico comentario para sí al ver que él iba hacia la puerta.

–Que duermas bien, Morna. Si necesitas algo, dímelo –le dijo con voz amable.

La puerta se cerró tras él y Morna hizo un esfuerzo para lavarse la cara en el baño adjunto, se desnudó y se puso la camiseta larga. Cinco minutos después de taparse, el sueño sumió su mente en la oscuridad.

Poco después la asaltaron pesadillas que mezclaban imágenes y emociones de forma incoherente e insoportable. Inquieta, su mente buscaba desesperadamente dónde refugiarse.

De pronto sintió que el calor la rodeaba: calor y sensación de seguridad a la que acompañaba un sutil aroma que podría reconocer si no estuviera atrapada en una red de desaliento. Salado y masculino, le resultaba familiar y desconocido al tiempo, era agradable…

–Despierta –dijo una voz profunda. Una mano le apartó el pelo del rostro con una caricia sensual–. Despierta, Morna. Solo es una pesadilla, una mezcla de recuerdos y emociones. Puedes salir de ella.

–¿Hawke? –musitó ella. Las siniestras imágenes se disolvieron en la nada, anuladas por el sólido apoyo de su cuerpo musculoso y fuerte.



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