Renacer de los escombros by Gabriela Exilart

Renacer de los escombros by Gabriela Exilart

autor:Gabriela Exilart [Exilart, Gabriela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2014-07-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 29

Las grietas del suelo

vieron nacer nuevos vínculos

forjados por el desamparo.

La caminata se hizo larga para los niños. La pesadumbre de lo ocurrido les aplastaba el ánimo y sellaba sus labios; apenas habían intercambiado dos o tres frases. Niebla los seguía vigorosa y pendiente de cada uno de sus movimientos, saltando aquí y allá al costado del camino.

El ingreso a la ciudad oprimió aun más el ímpetu de Lautaro. Recordó cuando todo estaba en pie, los autos circulando con el ruido de sus motores cual cacofónica melodía, con sus cafés llenos de parroquianos y la vida latente en cada esquina.

Pensó en su padre y en su mundo seguro y confiable, que ya no estaba más, que se había desintegrado como lágrimas en el agua. Echó un vistazo a Ludmila y reconoció en ella la misma congoja. Meditó que para la niña debía ser peor, la edad no la habilitaba para nada, era mujer y había perdido a su hermana melliza y a su madre. Muchos golpes para un mismo espíritu.

La pequeña caminaba con energía, pero su rostro era una máscara que contenía en sus facciones toda la tristeza del mundo. Con timidez, Lautaro la tomó de la mano y ella lo dejó hacer. Ambos se necesitaban.

Llegaron a donde había funcionado el hospital pero no hallaron sino restos de presencias humanas. Algunos espectros seguían circulando por lo que habían sido las calles, retirando escombros y postes, buscando familiares sin advertir que ya habían pasado muchos días como para que hubiera sobrevivientes. Otros se afanaban en la búsqueda de dinero o joyas y los más atrevidos se alzaban con cualquier artefacto o mueble que pudieran robar al infortunio para rearmar su morada en otro lado.

Lautaro preguntó por la señora Lita; no tenían otro dato más que su nombre y descripción física, pero nadie supo darle información. El creciente egoísmo iba devorando a la solidaridad y se había instalado entre la sociedad sanjuanina. Los sobrevivientes se robaban entre ellos, se peleaban por todo lo que podían hallar en las ruinas.

—Tal vez esté en el hospital —insinuó Ludmila, y hacia allí se dirigieron.

De vez en cuando la niña volvía la cabeza sobre sus pasos, temerosa de que aquel a quien debían llamar tío apareciera a arrancarla de allí.

—¿Crees que venga tras nosotros? —no hizo falta aclarar a quien se refería Lautaro.

—Temo que sí —murmuró ella—, tenemos que desaparecer.

El jovencito pensó en cómo harían dos niños indefensos, sin más apoyo que lo que les quedaba en el espíritu, para esfumarse y sobrevivir.

—Busquemos a Lita —insistió Lautaro—, vamos al Rawson.

Caminaron todo el trayecto en silencio, cada uno sumergido en sus temores. Él sintiéndose responsable por ser el varón, ella presa del miedo a que su falso tío reclamara su custodia.

Al arribar al nosocomio el ir y venir de enfermeros y monjas había disminuido en comparación a como lo recordaban de los días anteriores. Preguntaron por la mujer, pero nadie supo darles respuesta, hasta que divisaron a lo lejos al doctor Morales.

Se dirigieron hacia él y aguardaron hasta que terminara de hablar con un hombre.



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