Relatos by Borís Pasternak

Relatos by Borís Pasternak

autor:Borís Pasternak [Pasternak, Borís]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1928-12-31T16:00:00+00:00


III

Los días eran asfixiantes. Seriozha refrescaba con un manual sus exiguos y olvidados conocimientos de inglés. A la hora del almuerzo, subía con su educando a la sala y esperaban a que saliera la señora Fresteln. La dejaban pasar y en pos de ella entraban en el comedor. Mrs. Arild llegaba con frecuencia cinco o diez minutos antes y Seriozha hablaba con la danesa en voz alta y cuando aparecía la dueña de la casa se despedía de ella con no disimulado pesar. Una procesión de tres personas, presidida por la señora Fresteln se dirigía al comedor y la doncella, que avanzaba en la misma dirección, se iba desviando cada vez más a la izquierda cuanto más cerca estaban de la puerta. Entonces se separaban.

La señora Fresteln tuvo que habituarse a la obstinación con la que Seriozha llamaba «pequeño office» al comedor y a la habitación inmediata, donde se trinchaban las pulardas y repartían el helado por los platos, «gran office». Como le consideraba un excéntrico nato, siempre esperaba de él salidas intempestivas y no comprendía la mitad de sus bromas. Confiaba en el preceptor y no se engañaba. Ni siquiera ahora sentía Seriozha animadversión hacia ella como tampoco a nadie en el mundo. En las personas sólo sabía odiar a su adversario, es decir, a los que triunfaban de modo poco habitual en la vida, dejando aparte todo cuanto hay en ella de valioso y difícil. No son muchas las personas que logran semejante posibilidad.

En las horas posteriores al almuerzo caían por la escalera bandejas enteras de armonías cascadas y rotas. Rodaban y se esparcían en inesperados estallidos, más ruidosos y destructivos que las torpezas de los criados. Entre aquellas turbulentas caídas se intercalaban verstas de silencio alfombrado. Era Mrs. Arild que en lo alto, tras varias puertas tapizadas de grueso paño y herméticamente cerradas, tocaba a Schumann y a Chopin. En momentos así, más que en otros, las miradas se dirigían a la ventana. Pero no se observaba ningún cambio. El cielo, inamovible, se negaba a explayarse en agua. Como tórrida columna se obstinaba en su negativa y a cincuenta verstas a la redonda danzaba un muerto mar de polvo como ara de sacrificios encendida por los carreros desde varios confines a la vez, en cinco estaciones de carga y tras las murallas de Kitai-Gorod[19], en el centro de un desierto de ladrillos.

La situación era absurda. Los Fresteln se eternizaban en la ciudad y Mrs. Arild en el hotel. Súbitamente, el destino justificó cuanto sucedía en el preciso momento en que todos empezaban a no comprender semejante demora. Gary enfermó de sarampión y el traslado al campo se pospuso hasta que él estuviera curado. Los torbellinos de arena no cesaban, no se preveían lluvias y todos fueron acostumbrándose poco a poco a tal situación. Llegó a parecer, incluso, que se trataba siempre del mismo día que, estancado durante largas semanas, no fue llevado a dar cuenta en el momento oportuno. Ensorbebecido, el día amargaba hasta lo indecible la vida a todos.



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