Relación y amor by Jiddu Krishnamurti

Relación y amor by Jiddu Krishnamurti

autor:Jiddu Krishnamurti [Jiddu Krishnamurti]
La lengua: eng
Format: epub
ISBN: 9788472456761
editor: Editorial Kairós
publicado: 2008-11-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 18

Meditar es vaciar la mente de lo conocido; y lo conocido es el pasado. No es vaciar la mente después de acumular, sino más bien no acumular en modo alguno. Sólo en el presente es posible vaciar el pasado; no por medio del pensamiento, sino por la acción, por la actividad de lo que es. El pasado es un movimiento que va de conclusión en conclusión, y la conclusión aparece cuando juzgamos lo que es. Todo juicio es conclusión, sea del pasado o del presente, y esa conclusión impide que la mente se vacíe constantemente de lo conocido, porque lo conocido es siempre una conclusión, una evaluación.

Lo conocido es la acción de la voluntad y, cuando la voluntad actúa, lo conocido prosigue sin fin; por tanto, la acción de la voluntad no tiene posibilidad alguna de vaciar la mente. El vaciado de la mente no puede comprarse en el altar de las peticiones; simplemente sucede cuando el pensamiento se da cuenta de sus propias actividades, lo cual no significa que el pensador se da cuenta de su pensamiento.

La meditación es la inocencia del presente y, por tanto, permanece siempre en soledad. La mente que está en completa soledad, sin la intervención del pensamiento, deja de acumular; de modo que el acto de vaciar la mente sucede siempre en el presente. Para la mente que está sola, el futuro –que pertenece al pasado– deja de existir. La meditación es un movimiento, no una conclusión, ni un fin que deba alcanzarse. Era un bosque muy extenso, poblado de secuoyas, robles, pinos y arbustos. Un arroyo, con su constante murmullo, corría ladera abajo. Había pequeñas mariposas, azules y amarillas, que aparentemente no encontraban flores donde reposar y revoloteaban dirigiéndose hacia el valle.

Era un bosque viejo y las secuoyas más viejas aún. Eran árboles enormes, de gran altura, y había alrededor de ellos esa atmósfera peculiar que adviene cuando el ser humano está ausente, cuando ha dejado sus armas, su parloteo y la ostentación de sus conocimientos. No había ninguna carretera que cruzara el bosque, y el automóvil había que dejarlo a cierta distancia y luego caminar a lo largo de un sendero cubierto de hojas puntiagudas de pino.

Un grajo avisaba a todo el mundo de que se aproximaba un ser humano. El aviso resultó efectivo, porque todo movimiento animal pareció detenerse, y se presentía una atmósfera de intensa vigilancia. Los rayos del Sol tenían dificultades para adentrarse hasta el camino y reinaba un silencio que casi se podía tocar.

Dos ardillas rojas de larga cola peluda bajaban por el pino gruñendo, y sus garras producían el sonido de un raspador. Se perseguían una a otra dando vueltas y más vueltas alrededor del tronco, de arriba hacia abajo, con un gran frenesí de placer y deleite. Había cierta tensión entre ellas: la sintonía del juego, del sexo y de la diversión; realmente estaban disfrutando. La de más arriba se detenía de súbito y vigilaba a la de más abajo, todavía en movimiento, hasta que



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