Prohibido a los nerviosos (recopilado por Alfred Hitchcock) by AA. VV

Prohibido a los nerviosos (recopilado por Alfred Hitchcock) by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1965-01-01T05:00:00+00:00


SENTENCIA DE MUERTE PARA LA GROSERÍA

* * *

JACK RITCHIE

—¿Qué edad tiene usted? —pregunté.

Sus ojos no se separaban del revólver que yo sostenía en la mano.

—Escuche señor, no hay mucho dinero en la registradora pero lléveselo todo. No le proporcionaré dificultades.

—No me interesa en absoluto su asqueroso dinero, al menos desde su punto de vista. Podría usted haber vivido otros veinte o treinta años más si se hubiera tomado la más mínima molestia de ser cortés.

El hombre no me comprendió.

—Voy a matarle —añadí— por culpa del sello de cuatro centavos y por el dulce.

El hombre no sabía lo que yo quería decir con aquello del dulce, pero si parecía caer en la cuenta sobre lo del sello.

El pánico se exteriorizó en sus facciones.

—Usted debe estar loco. No puede matarme a causa de eso.

—Sí que puedo.

Y así lo hice.

Cuando el doctor Briller me dijo que solamente me quedaban cuatro meses de vida me sentí, por supuesto, muy perturbado.

—¿Está usted seguro de que no se han mezclado las radiografías mías con otras? He oído que a veces sucede eso.

—Me temo que no, señor Turner.

Luego lo pensé un poco mejor. Los informes del laboratorio… quizá mi nombre figuraba equivocadamente en alguno de ellos…

El médico movió lentamente la cabeza.

—Lo he comprobado detenidamente, cosa que hago siempre en estos casos. Es práctica de seguridad, ¿comprende usted?

Era la última hora de la tarde y la hora en la que el sol estaba cansado. Yo tenía esperanzas de que cuando me llegara la hora de morir realmente, fuese por la mañana. Indudablemente seria mucho más alegre.

—En casos como éste —añadió el doctor— un médico se enfrenta siempre a un dilema. ¿Debe o no decirle la verdad a su paciente? Yo siempre acostumbro a decir la verdad a los míos. Eso les da tiempo para arreglar sus asuntos y correrla un poco, por decirlo así.

El doctor hizo una pausa y atrajo hacia si un bloc de papel que descansaba sobre la mesa de despacho. Luego añadió:

—También estoy escribiendo un libro. ¿Qué intenta usted hacer con el tiempo que le queda?

—Realmente no lo sé. Ya sabe usted que lo estoy pensando desde un minuto o dos.

—Desde luego —dijo Briller—. Por ahora no hay prisa. Pero cuando usted decida sobre ese aspecto, hágamelo saber, ¿lo hará? Mi libro menciona las cosas que hace la gente que sabe tiene sus días contados…

Briller hizo otra pausa y apartó hacia un lado el bloc de papel, añadiendo tras una pausa de silencio:

—Visíteme cada dos o tres semanas. Eso servirá para medir el progreso de su descenso.

A continuación Briller me acompañó hasta la puerta diciendo:

—Ya tengo anotados veintidós casos como el suyo…

Luego el médico pareció mirar hacia la lejanía, adoptando una actitud de total reflexión y murmuró:

—Podría llegar a ser un best seller, ¿comprende usted?

Mi vida siempre fue dulce, una vida muelle. No vivida sin inteligencia, pero si dulce.

No he contribuido con nada al progreso del mundo… y en ese aspecto me parece que tengo mucho en común con la mayoría de los seres humanos que pueblan la tierra… pero, por otra parte tampoco me he apoderado de nada.



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