Princesa de los hielos by Tea Stilton

Princesa de los hielos by Tea Stilton

autor:Tea Stilton
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil
publicado: 2010-08-09T22:00:00+00:00


~*~

En su habitación, el príncipe Herbert contaba los minutos mientras esperaba a que apagaran las luces y cesaran los ruidos en el castillo. Después, como todas las noches, se levantó, se puso un traje y una capa oscuros, para mimetizarse con la negrura de los pasillos desiertos, sacó de su equipaje una cajita con la tapa agujereada y la abrió un poco.

Tras comprobar que el contenido estuviera bien, susurró una especie de canción en un idioma desconocido. Luego cerró la caja, sonriendo, y se dirigió a la puerta. Salió sin hacer ruido.

Nives y Tina no movían un solo músculo. Respiraban despacio y al mismo ritmo. Se habían escondido bajo la escalera de caracol, agachadas en el tramo de peldaños más curvado, justo antes de llegar al suelo de madera de la entrada.

Era un lugar perfecto, totalmente invisible, desde donde podían vigilar los pasillos que conducían a la cocina y los que subían hacia los salones. La penumbra de la noche lo envolvía todo. La única luz provenía de un candelabro de plata, cuyas velas iluminaban tenuemente el pasillo principal. A la menor corriente de aire, inquietantes juegos de sombras asustaban a las dos chicas.

No podían moverse, pues el silencio en el castillo era total, casi ensordecedor, ni tampoco mirarse, debido a la oscuridad. Nives y Tina, juntas pero aisladas la una de la otra, esperaban oír los pasos misteriosos.

Permanecieron allí mucho rato, inmóviles como dos estatuas de piedra. Cuando ya estaban a punto de rendirse y volver a la habitación de Nives, oyeron algo: unos pasos ligeros y muy seguidos. Tina le cogió la mano a Nives y apretó fuerte.

Sus corazones latían al unísono. Alguien bajaba la escalera, despacio.

Las dos chicas siguieron quietas. Y, cuando el último paso hizo crujir las tablas del suelo, Nives asomó la cabeza para ver quién avanzaba.

Se sintió algo decepcionada al ver que los pasos misteriosos pertenecían a Gunnar.

El lobo bajó la escalera y se encaminó hacia el pasillo sin verlas. Parecía ir en busca de algo; inspeccionó la entrada, y salió también al exterior a echar un vistazo. Luego se alejó, con paso cauteloso.

Nives y Tina siguieron aguardando. No tuvieron que esperar mucho para oír nuevos pasos. Esta vez eran más pesados, e iban acompañados de un ligero sonido metálico, tal vez una pequeña hebilla que rozaba la piel de unas botas.

Eran pasos de hombre.

El recién llegado bajó la escalera más despacio que Gunnar y, al llegar abajo, pisó con mucho cuidado, pues el suelo parecía gemir a cada paso que daba.

Por segunda vez, Nives asomó la cabeza para ver quién era. Cuando sus ojos, ágiles como los de un felino, se detuvieron en la capa que envolvía la silueta, supo que se trataba del príncipe Herbert.

Nives apretó la mano de Tina. La niña comprendió la señal, e intentó asomarse, pero Nives se lo impidió y le tapó la boca. Si querían descubrir qué se proponía el príncipe, no debían permitir que las viera.



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