Prí­ncipes de Irlanda by Edward Rutherfurd

Prí­ncipes de Irlanda by Edward Rutherfurd

autor:Edward Rutherfurd [Rutherfurd, Edward]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


Si nadie había conseguido dominar Irlanda desde los tiempos de Brian Boru, no había sido por falta de intentos. Una tras otra, las grandes dinastías regionales habían intentado imponer su poder sobre las demás; la del Leinster y la del nieto de Brian, en el Munster, habían aprovechado ambas su oportunidad. El viejo O'Neill esperaba cualquier ocasión que se presentara para recuperar su antigua gloria. En aquel momento, la dinastía O'Connor, del Connacht, reclamaba el reino supremo. Sin embargo, ninguno de ellos había conseguido imponerse y las crónicas del momento adoptaron una fórmula contundente para describir la situación de la mayoría de esos monarcas: «rey supremo, con adversarios». Así que, mientras los gobernantes del inmenso mosaico europeo comenzaron a amalgamar territorios para formar posesiones aún más extensas —los Plantagenet controlaban un imperio feudal que comprendía la mayor parte de la Francia occidental, además de Normandía e Inglaterra—, la isla de Irlanda continuaba dividida entre antiguas tierras tribales y jefes rivales.

El último conflicto irlandés había sido a causa del reino del Leinster.

Esta antigua provincia llevaba controlada ya algún tiempo por una ambiciosa dinastía de Ferns, en la parte sureña del territorio de Wexford. Pero el codicioso rey Dermot del Leinster se había creado enemigos. En concreto, había humillado al poderoso rey O'Rourke, fugándose con su mujer. El marido engañado, con ayuda, había atacado a Dermot del Leinster y le había obligado a huir.

El rey Enrique Plantagenet, que estaba en sus dominios de Francia, se llevó una buena sorpresa cuando le dijeron:

—Ha venido a veros el rey Dermot del Leinster.

—¿Un rey irlandés? Traedlo a mi presencia —contestó con cierta curiosidad.

El encuentro fue, sin duda, extraño. El monarca Plantagenet, rubio y afeitado, presto e impaciente de movimientos, vestido con jubón y calzas, sofisticado, francés de cultura y de lengua, frente a un rey celta provinciano, de espesa barba y gruesa capa de lana. Enrique hablaba un poco de inglés —algo de lo que estaba muy orgulloso— pero nada de irlandés. Dermot hablaba irlandés, noruego y algo de francés, pero no tuvieron problemas a la hora de comunicarse. Para empezar, Dermot había llevado consigo a su intérprete —llamado Regan— y, en el caso de que aquello no funcionara, los clérigos que trabajaban para ambas partes hablaban latín, al igual que todo religioso culto de la Europa occidental. Los dos reyes tenían cosas en común: los dos se habían fugado con la mujer de otro, los dos tenían relaciones inestables con sus hijos y ambos eran egocéntricos y oportunistas.

La petición del rey Dermot era muy sencilla. Lo habían expulsado de su reino y quería recuperarlo. Necesitaba reunir un ejército. No podía pagar mucho, pero si tenía éxito, habría propiedades y tierras para repartir. Se trataba del acuerdo usual sobre el que se había establecido la aristocracia de gran parte de Europa, incluida Inglaterra. Con todo, también sabía que sin el permiso de Enrique no podía conseguir muchos hombres en los dominios de los Plantagenet.

El rey Enrique II era un hombre ambicioso.



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