Polvo de estrellas by Lisa Selin Davis

Polvo de estrellas by Lisa Selin Davis

autor:Lisa Selin Davis [DAVIS, LISA SELIN]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Planeta México
publicado: 2017-07-08T05:00:00+00:00


Las escaleras crujieron mientras subía lentamente a la recámara de Soo. Sabía lo que encontraría allí, pero de todos modos toqué con suavidad, y luego más fuerte cuando no hubo respuesta.

—¿Qué? —gritó Soo, llena de molestia.

—Soy yo —susurré.

Ella abrió la puerta; estaba desnuda pero envuelta en unas sábanas a rayas tipo cebra (la decoración de ese mes incluía rosa chillón y estampado de animales). «Time After Time», la canción más triste de todos los tiempos, sonaba de fondo.

—¿Qué sucedió? —preguntó ella. Tenía los ojos y los labios abultados y rojos (una combinación, supuse, entre estar agotada y acostarse con alguien).

Sacudí mi cabeza.

—No lo sé. Nada. Es que no puedo regresar allá en este momento. No puedo regresar. —Traté de contener las lágrimas—. ¿Puedo dormir aquí, por favor?

Soo titubeó por un instante; miró detrás de ella y luego hacia mí.

—Justin está aquí —respondió a manera de disculpa, pero con firmeza. Ella era buena en eso…, sabía cómo fingir que era adulta. Tal vez por eso yo estaba tan unida a ella: quizás era la razón por la que había pasado en la casa de Soo todas las noches de la semana después del funeral, nada más mirando cómo se movía, cómo se ocupaba de su madre y recibía a una pandilla de adolescentes conmocionados. Me había tomado bajo su ala casi literalmente: pasó su brazo sobre mis hombros la tercera noche después del funeral y me dijo «Está bien, niña. Lo superarás. Todos lo haremos».

Estábamos sentadas en el sótano, que por entonces estaba decorado al estilo de los años sesenta, con macramé y sillas con cojines grandes y cortinas de cuentas, mientras todos los demás estaban tratando de conseguir cerveza ilegalmente en Purdy’s Liquor. Sólo estábamos Soo y yo.

«Vas a estar bien», repitió. Pero yo asentí con la cabeza con tal fuerza que ella no pudo manterner su brazo sobre mí por más que trató. No me podía detener, seguía moviéndola y moviéndola como si eso pudiera contener las lágrimas, porque les tenía pavor a las lágrimas. Si una lograba escaparse, lloraría para siempre. Finalmente Soo sujetó mi cabeza con ambas manos para detenerme y me miró con dureza. No estaba tratando de tranquilizarme. Se había puesto seria. «Todos la extrañamos —dijo Soo—. Todos estamos asustados. Seremos un desastre, pero juntos».

De alguna manera eso detuvo el temblor de mi voz y mi cabeza, respiré más lento, retiré la cabeza de las manos de Soo y miré mi regazo. Luego reuní suficiente valor para volver a levantar la cabeza y mirar a Soo. Ella no era como Greta, la diosa de pelo entre rubio y pelirrojo, brillante y hermoso como de modelo. Todo lo que tenía que ver con ella era más tranquilo, pero de alguna manera más fuerte, y en ese momento supe que contaba con una aliada. Ella tenía tantas cicatrices como yo, literalmente: una fea maraña de costras recubrió su abdomen durante dos meses después del accidente. Soo y Greta iban en el coche con Ginny. Ellas se habían metido en él a la fuerza mientras Ginny arrancaba.



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