Oliver Knight by Alissa Brontë

Oliver Knight by Alissa Brontë

autor:Alissa Brontë [Brontë, Alissa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-08-30T00:00:00+00:00


* * *

El resto del día lo paso dándole vueltas al asunto que tengo entre manos. Alberto tampoco ha podido encontrar nada sobre Stone, lo que solo me deja dos alternativas: o no hay nada que esté ocultando, o lo tapa tan bien que no somos capaces de dar con ello. Algo me dice que la segunda opción es la correcta; no puede haber nadie que esté tan limpio, ni siquiera un Stone.

Salgo del trabajo tarde. Brenda hace ya rato que se ha marchado y yo debería haber hecho lo mismo, pero no he podido. He estado escarbando en busca de algo sobre Stone. Brenda, por su parte, sigue husmeando en la ONG que dirige la señora González y en la que participa también él.

Sin darme cuenta, dirijo mis pasos a un garito cerca de la oficina. Es curioso, porque a pesar de que no encaja con el ambiente del resto de locales de por aquí, es muy famoso.

Me acerco a la barra y pido. Me parece increíble que un día laboral y a estas horas esté tan lleno. El hombre me sirve una copa, pago y me vuelvo hacia el local para darle un sorbo. Observo el lugar, no busco nada en concreto, solo algo con lo que distraer mi mente y lo encuentro: un destello rojizo.

Lo sigo entre la multitud. No puede ser ella, pero aun así me decido a comprobarlo. Se pierde hacia la salida y no logro verla de nuevo, hasta que unos gemidos me atraen. No quiero ser un vulgar mirón, pero tampoco puedo resistir la tentación que supone, sobre todo porque me recuerda a cuando vi a Juls observándonos a las chicas de Divina y a mí por la rendija de la puerta.

Los jadeos provienen del baño de hombres, sucio y maloliente, de hecho, el hedor me llega antes de que vea siquiera la puerta. Me acerco un poco más, hipnotizado por ese deseo que pertenece a otros, pero que quiero hacer mío.

Un poco más cerca y los veo. El destello rojizo. Sus ojos azules. Es ella. Y un sentimiento que había olvidado me corroe por dentro, me muerde el alma hasta devorármela.

La envidia es de los peores pecados que hay. Lo sé porque la he sentido varias veces, y su mayor problema es que nunca se sacia. Y eso te enferma, porque siempre quieres más.

Como yo en este instante. Su mirada se cruza con la mía. Está contra la pared, el hombre le ha subido la falda y la penetra con firmes embestidas. Aprieto los puños para contenerme, aunque lo que de verdad deseo es darle un puñetazo, alejarlo de ella y ocupar su lugar.

Juls sigue sin apartar la mirada, me provoca, me sonríe, se muerde el labio y, de una forma extraña y enfermiza, eso me pone a mil. Siento mi polla dura como una roca bajo la ropa. Temo que si permanezco aquí me atraviese la tela.

De pronto, ella levanta las manos y las apoya en la sucia pared de azulejos, mientras el hombre se mueve con más brío.



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