Pobre corazón by Rosa Regàs

Pobre corazón by Rosa Regàs

autor:Rosa Regàs [Regàs, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1996-11-11T00:00:00+00:00


Los funerales de la esperanza

Dicen que he perdido la memoria. Dicen que siempre fui una mujer trastornada y melancólica y que ahora, además, me estoy convirtiendo en una vieja chiflada. Es posible que así sea, no lo sé, pero no es cierto que haya perdido la memoria. También dicen que los viejos sólo recordamos lo que ocurrió hace muchos años, cuando éramos jóvenes o niños, y olvidamos lo que ocurrió la semana pasada o hace un mes. Eso creen y yo dejo que lo crean, pero me acuerdo muy bien del día del mes de febrero de este mismo año, no hace ni tres meses, cuando Marisol y su marido vinieron a buscarnos a casa y nos trajeron a este sanatorio. Nos dijeron que no era un sanatorio sino una casa de reposo donde nos atenderían y nos cuidarían porque estábamos enfermos. Él sí estaba enfermo, muy enfermo, llevaba tantos meses en cama que tenía el cuerpo lleno de llagas y había perdido la voz de tanto gritar. ¡Dios mío, qué gritos daba! Si lo habré oído yo gritar toda la vida, pero en estos últimos tiempos se desgañitaba tanto que perdía la voz. Ahora ya casi ni se lo oye porque está perdiendo fuerzas, eso al menos me parece cuando me llevan a verlo los domingos a la enfermería de los hombres, del otro lado del edificio. Todavía intenta hablar pero cada vez menos, quizá porque ya va entrando en la agonía, no sé. Creo que morirá, esta vez sí morirá, está tan delgado que apenas abulta bajo las sábanas, tiene la cara como una calavera cubierta de pellejo y ya no le queda carne en los brazos. Pero yo no, yo no estoy enferma. Que yo recuerde nunca he tenido una gripe, ni me he sentido sin fuerzas, y eso que sigo tan menuda y tan delgada como cuando me casé hace ya cincuenta y seis años, cincuenta y seis, claro que me acuerdo. Lo que ocurrió, aunque no querían que lo supiéramos, es que el administrador de la casa decidió prescindir de la portería, y ellos, Marisol y su marido, no tenían más remedio que buscarnos algún lugar donde vivir. Por eso dijeron que estábamos enfermos los dos y nos trajeron aquí. Y por eso cuando hablan delante de mí, hablan como si fuera sorda, más aún, como si hubiera perdido la memoria y también el entendimiento, igual que las personas que están en esta especie de manicomio. Pero son ellos los que no tienen memoria porque dicen que no hablo y en realidad yo nunca he hablado, nunca, desde que me casé. Respondía cuando me preguntaban, eso sí, con gestos e incluso a veces con palabras, pero ahora ni eso. ¿Para qué? ¿De qué sirve hablar? Hacen lo que quieren de todos modos. Cuando era pequeña y hablaba más de la cuenta, o gritaba, mi padre me hacía callar con una bofetada. Eran tiempos difíciles, ya lo sé, bombardeos y hambre, miedo y más hambre, siempre hambre.



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